Todos Somos Usados De Alguna Manera
La cabeza de Ilya retumbaba, como si un tambor lo golpeara desde el interior. La luz que penetraba por las rendijas del edificio abandonado le daba la sensación de que estaba flotando, atrapado entre la consciencia y la negrura. El frío de las cadenas de plata que lo mantenían inmovilizado era punzante, quemando su piel, absorbiendo su fuerza. La sensación de traición ya lo envolvía antes de que pudiera orientarse completamente. El sudor frío recorría su frente y su cuerpo, agotado por el sedante, pero más que nada por la rabia que ya comenzaba a hervir en su interior.
Los ruidos a su alrededor eran bajos, sordos, como el crujir de los muelles cercanos. Su visión, borrosa al principio, empezó a enfocarse y fue entonces cuando lo vio: un lobo se acercaba a él con un recipiente de barro. Ilya no pudo evitar tensarse al ver el líq