Rafael:
—¡Buenas tardes, Rafa! Es que acaso no me vas a saludar —me reprochó Mirelys, mirando a los trillizos, quienes estaban de espalda a esta. Ella me abrazó por la cintura, pegándose a mi cuerpo como si fuera mi mujer.
No imaginé que Mirelys se atreviera a tanto, menos delante de mis visitas. Me había propuesto no permitir que ella viera a los niños, al igual que mi madre, pero lamentablemente ya estaba aquí.
Así que traté de convencerla para que saliera del lugar y que no tuviese contacto visual con los niños. Me preocupaba lo que esta pudiera hacer en presencia de ellos, porque es una mujer sin escrúpulos y de armas tomar.
—¡Buenas tardes! —Contesté con hostilidad— ¿Qué haces aquí? —reproché.
—Estaba aburrida en la Ciudad y por eso me vine a verte —confesó ella.
—Si me esperas en la terraza, en unos minutos subo, hablo contigo y con mi madre —Prometí— Estoy atendiendo a unos clientes —al decir esto, Sofía que estaba de espalda volteó hacia mí. Su mirada era fría, distante