Llegaron a Filipinas e inmediatamente les recibió el ardiente resplandor del sol. Cuando salieron del aeropuerto, la camisa clara de Patrick ya estaba empapada en sudor y su cara se había enrojecido, tanto por el calor como por su enfado con su nueva esposa, que por cierto estaba disfrutando de cada ángulo de su cara contorsionada.
— ¿No tienes quién te lleve?— , preguntó incrédulo cuando ella le dijo que tenían que coger un taxi.
— No— , contestó ella, inclinando la cabeza para buscar a algún taxista.
— Creía que ya habías planeado esto— , preguntó él irritado.
— No planifico pequeños detalles como un viaje.
— Para su información, señora, pequeños detalles como un paseo serán de gran ayuda— , se volvió para mirarla, con los ojos entrecerrados por el sol.
— Y para su información, es la segunda vez que vengo y sé exactamente adónde voy— , puso los ojos en blanco tras sus gafas de sol.
— ¿Y dónde es exactamente?
— A algún sitio— , respondió ella.
Sus ojos se entrecerraron con suspicacia