Por suerte en el sanatorio había buena internet inalámbrica. Contra todas las prescripciones de los médicos, de las enfermeras, de Lucas y hasta de Mauro desde la pieza de enfrente, hice que Majo me llevara mi laptop, recuperé el celular de emergencias y habilité una sucursal provisoria de la agencia. Nadie quería creer que la herida de la cirugía del día anterior casi no me dolía y no les podía explicar que había contado con un cicatrizador angélico personalizado. Por suerte los médicos se rindieron a la evidencia al mediodía, cuando vieron los resultados de los últimos estudios que me hicieran por la mañana, y accedieron a darme el alta para la tarde siguiente. Mi socio iba a tener que quedarse un par de días más. Con él también se habían llevado una sorpresa los médicos, que no esperaban una mejoría tan notoria en un laps