Apartó el cabello húmedo y desordenado de mi sien. Entrelazó sus dedos con los míos. Entre respiraciones ardientes y caóticas, con voz ronca, dijo:
—Vamos a la habitación.
—Aquí no... te resultaría incómodo.
Con ropa, el doctor Vega parecía bastante delgado. Nunca imaginé que al quitársela, su físico fuera tan impresionante. Incluso tenía los abdominales perfectamente marcados. Me resultaba difícil imaginar cómo, después de su trabajo tan intenso, encontraba energía y tiempo para ejercitarse. Pero de cualquier manera, era yo quien salía beneficiada.
Disfruté tocándolo por largo tiempo.
—¿Te gusta? —preguntó Sebastián en medio de nuestra intimidad.
Obviamente, ¿a quién no le gustaría un hombre con abdominales así?
—Claro que me gusta —volví a acariciarlo con fuerza.
—Entonces, desde ahora son todos tuyos.
No respondí. Mi conciencia fluctuaba con la suya.
Durante mis años de estudio, nunca me habría atrevido a soñar con alguien como Sebastián, tan admirado por todos. Algún deseo secreto