Ángel frunció el ceño, pero su mirada seguía fija en mí, sin apartarse.
—¿Y qué propones que hagamos?
—Ve a cambiarte de ropa —Ángel me tomó suavemente del brazo, llevándome a un rincón apartado, y continuó en voz baja—: Camila, eres dos años mayor que Mariana, sé comprensiva con ella.
Aparté su mano y sonreí.
—¿Y si te digo que no quiero?
Ángel primero se sorprendió, luego soltó una risa breve: —¿Con qué derecho me dices que no quieres?
—Pues simplemente no quiero.
—Si no quieres, entonces terminemos.
En su rostro apuesto pero arrogante se formó gradualmente una expresión de enojo y desdén. Parecía estar convencido de que yo temería terminar la relación, que no me atrevería a dejarlo.
—Pues terminemos —le aparté la mano—: Como desees.
Ángel de repente se echó a reír. Una risa fría y sarcástica: —Muy bien, te crees muy importante, ¿eh? Ahora mismo, lárgate.
Sin decir una palabra más, di media vuelta, abrí la puerta y salí a grandes pasos.
No regresé a mi habitación. Tomé una botella de