Capítulo 4

  Había pasado un mes desde la desaparición de Miel, y a Lola se le había hecho una eternidad día tras día. Había ido con todos los medios y recursos que tenía a su alcance, pero ninguno parecía realmente interesado en ayudarla. La policía había dicho que existía una investigación en curso, pero sabía que no podría insistir tanto con ellos ya que podrían sospechar de ella y sus fechorías. Se había dedicado a buscarla sola, cuadra por cuadra, por la ciudad. No había recorrido todos los rincones de ésta, pero estaba segura que había transitado mucho camino en su búsqueda. Sin embargo, todos los días de igual manera el resultado no cambiaba. Volvía cansada, con sus manos vacías y sin tener idea de a dónde se podía encontrar.

  Luego de la primera semana de búsqueda, Lola cayó en una profunda depresión. La soledad la acobijaba mientras se la pasaba dentro de su cuarto, mirando el techo. Se sentía inútil, devastada y muy culpable. Sabía en el fondo que no tenía forma de predecir el hecho, pero no quitaba el sentimiento dentro de su pecho de que esa noche podría haberse quedado.

  Había bajado un poco de peso ya que no comía, y su desayuno tradicional sólo era una cajetilla de cigarrillos con una taza de café. Se miraba al espejo y podía ver unas oscuras ojeras rodeando sus ojos, seguido por una piel apagada y algo traslucida fruto de no ver el sol hacía unos cuántos días ya. Apenas si tenía fuerzas para moverse dentro de su casa, por lo que menos las tenía para poder salir de ella. Lo único malo de aquella situación en la que se encontraba, era que Lola sabía que tarde o temprano necesitaría salir y guardar toda su amargura para conseguir algo de dinero. Aún tenía que pagar su renta y necesitaba comprar comida para al menos sobrevivir otro mes. Sabía que alguna de esas noches llegaría. Y precisamente, había sido esa misma noche.

  Por lo que como siempre –aunque un poco más a la fuerza- se preparó para salir. Cubrió su rostro de tanto maquillaje que apenas si se notaban sus ojos tristes, pues había dominado también el arte de saber transformar su aspecto completamente, aun en los peores momentos. Pintó una vez más sus labios de rojo carmesí, mientras se probaba un vestido negro de satén. Siempre le habían dicho que aquella prenda le quedaba de ensueño, pues lucía sus largas piernas como ningún otro. Finalmente vistió sus tacones y se miró al espejo una vez más. Pero ya no tenía aquella pequeña observando todo el ritual con sus grandes y curiosos ojos. 

  Suspiró pesadamente mientras intentaba no entristecer su mirada más de lo que ya se encontraba. Acomodó su cabello en una coleta alta, y salió hacia las calles nuevamente. Cerró cuidadosamente todas sus puertas y ventanas antes de subir al taxi que había pedido. No tenía una cita en específico en esa noche. No había tenido energía para responder mensajes ni mucho menos intentar encontrar algún objetivo que quisiera pasar el rato con ella. Por lo que salió a probar suerte. De esa suerte que ella siempre tenía, al menos en una pequeña parte. Por alguna u otra causa, la mayoría del tiempo las cosas le solían salir bien, incluso aunque existieran problemas de por medio. Quizás por eso se encontraba tan tranquila por dentro. Porque una parte de ella, quizás la más ilusa, creía fielmente que encontraría a su hermana en buen estado en algún momento. Simplemente, no tenía idea del cuándo.

  Llegó finalmente a destino: un popular y exclusivo bar de la ciudad. Aunque el término de exclusividad sólo parecía aplicar en masculinos, pues cualquier mujer que observaran medianamente con clase le era permitido el paso. Por lo que, para ella, no fue un problema pasar. Dejó una pequeña sonrisa como saludo e ingresó en el lugar. Ya lo reconocía casi de memoria, pues muchas de sus citas la habían llevado allí. El lugar era bastante amplio; tenía una extensa barra, una pista de baile y por supuesto que mesas exclusivas para que los adinerados pudieran beber algo con sus colegas.

  Soltó un soplido y se acercó a la barra, dejando su cartera sobre ésta. Rápidamente el barman se acerca y por su expresión, puede notar que parece haberla reconocido. De todas formas, no le otorga más que una amistosa sonrisa antes de preguntarle qué es lo que quiere para beber.

_Un martini, por favor.

  Pidió ella rápidamente. Dejó el billete en la mesa de madera y espero a que prepararan su bebida. Mientras tanto, le dio una mirada panorámica al lugar, analizando de forma silenciosa los posibles objetivos que podrían ayudarla a conseguir algo esa noche. Aunque parecía no estar de suerte, pues la mayoría de los allí presentes ya tenían suficiente compañía como para fijarse en ella.

  Claro que esto fue antes de que un joven cercano a su edad se acercó a su lado en la barra, recostando su brazo de forma seductora. Inevitablemente, Lola lo miró de arriba abajo con algo de desdén. Desde su aspecto notaba que era joven, muy joven. No debía tener más que un par de años por sobre los suyos, y sabiendo que los jóvenes no solían tener dinero, decidió no perder el tiempo.

_Soy Erik. ¿Cómo te llamas?-Preguntó de forma simpática.

_Lola.

Respondió ella, a secas.

  Pensó que la propia falta de interés producida por el lenguaje de su cuerpo le iba a permitir repelerlo. Sin embargo, por el rabillo de su ojo le notó llamar al muchacho de la barra.

_¿Le podrías traer otro martini a la señorita?

  Lola se giró hacia él, a punto de decirle algo. No obstante, se mantuvo las palabras para ella misma en cuánto vio aquel reloj de oro brillar sobre su muñeca. Sólo en ese entonces, decidió analizarle con mayor detenimiento. Observó desde su ropa hasta sus facciones, dándose cuenta que algo en él le resultaba extrañamente familiar, aunque no podía lograr descifrar qué.

_ ¿Me repites tu nombre?

Preguntó, aun con algo de desconfianza.

Él le sonrió rápidamente, mostrando una hilera de blanquecinos y perfectos dientes. 

_Soy Eric. Eric  Saltzman.

   Lola casi se atraganta con su propia saliva al oír sus palabras. Ahora comprendía perfectamente que el parecido se lo encontraba debido a que había salido con su padre hace unos cuantos meses atrás. Si bien no había logrado beneficiarse de él más que con un par de joyas, mantenía una buena relación pues sabía que ven{ia de una familia extremadamente rica.

  Este hecho cambió completamente la visión de Lola, observando al muchacho con una pequeña mirada coqueta y una sonrisa que escondía sus verdaderas intenciones

Ahora, observándole con un interés diferente al del principio, Lola giró su cuerpo hacia aquel joven, apoyando uno de sus brazos sobre la barra. 

_Así que eres un Saltzman. 

Soltó ella para reafirmar, mientras tomaba un trago de su copa. Notó como él le sonrió coquetamente con un asentimiento. 

_Parece casi como si conocieras a mi familia. 

Lola negó con su cabeza rápidamente. No dejaría que supiera que tan “cercana” era con respecto a su familia. 

_No he tenido el placer. Sólo escucho cuánto se suele hablar de ustedes. 

El joven chasqueó su lengua, rodando sus ojos ante las palabras de ella. 

_Sí...bueno. Se podría decir que es todo el crédito se le debe a mi padre. Y esperemos que, en algún futuro, también sea mío. 

_Te ves muy convencido al respecto. 

Lola le vio sonreír ampliamente mientras asentía con seguridad. Le agradaba que, en cierta manera, le transmitiera seguridad de su parte. Volvía la conversación algo más interesante para seguir. 

_Es que lo estoy. Tengo muy visto el futuro que quiero y es claramente en la empresa de mi padre. 

Lola visualizó mientras hablaba como sacaba de su billetera una tarjeta de crédito dorada con la cual se encontraba dispuesto a pagar por los tragos. Sin embargo, corrió su mirada del objeto rápidamente en cuánto sintió que sus ojos se posaron en ella nuevamente. 

Luego de contemplarla por un momento, giró su cabeza hacia la pista de baile. Luego, volvió a encontrar sus ojos azules con los de Lola. 

_ ¿Quieres bailar? 

Si bien Lola no era la persona más fanática del baile, pensó que sería una buena ocasión para ello. Por lo que luego de una media sonrisa terminó asintiendo ante la invitación. Él extendió su mano delante de ella para que pudiera tomarla y de esa forma, poder bajar cuidadosamente de los altos asientos dispuestos en la barra. 

Ambos caminaron hasta el medio del salón, donde la música aturdía debido a los grandes parlantes en todo el lugar. Las luces robóticas y un leve halo de humo rodeaban el lugar mientras la gente bailaba al ritmo de la música. Mientras se acoplaban a los demás comenzando a bailar lentamente hasta mantener el ritmo, Lola sintió como vagamente él acercaba sus manos hacia ella. Primero su mano, y poco a poco llegó hasta su cintura, donde parecía querer acariciar sus curvas con delicadeza. 

Por supuesto que ella se lo dejó pasar, casi como si no se estuviera dando cuenta de lo que intentaba hacer. A los hombres siempre les gustaba sentirse un paso adelante, a pesar de que no fuese realmente así. Por lo que dejó pasar esas caricias por su cuerpo como aquel “período de prueba” que le daría de ventaja, antes de que sufriera la mala suerte de terminar bajo sus garras. 

_Debo admitir que bailas muy bien, Lola. 

Soltó él en un suspiro mientras sentía el cuerpo de la morena presionarse contra el suyo, provocativamente. Como respuesta a su cumplido sólo logró que ella le diera una pequeña sonrisa juguetona, para luego seguir moviendo su cuerpo con una peligrosa cercanía. 

Cuando tuvo la oportunidad, Lola se giró para bailar frente a frente con él. Mientras ella evadía toda mirada, él buscaba intensamente cazarla mediante su contacto visual. Sin embargo, en cuanto sus ojos oscuros le miraron sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal ante la cínica mirada de la morena. Sus largas y rizadas pestañas revoloteaban junto a sus ojos negros, mientras orbitaba cerca suyo juguetonamente. 

Finalmente, Lola se acercó lo suficiente como para terminar chocando con su pecho, mientras él se encargaba de sostenerla desde su espalda baja. Acto seguido enredó sus brazos en su cuello, mientras uno de sus dedos delineaba su rostro hasta llegar a su cuello. Él, por su parte, no parecía poner alguna oposición al respecto, como si se encontrara bajo un trance ante el tacto de aquella misteriosa joven. 

Lola notó en todo este tiempo la tendencia que tenía de mirar a su boca. De manera constante sus ojos azules iban desde sus ojos hasta sus labios, repitiendo esto en reiteradas ocasiones. Notando la desesperación por unir sus labios con los suyos, decidió cortar con el espacio que había entre ambos en un pequeño y corto beso que tomó por sopresa al joven. Sin embargo en cuánto quiso acercarse por más, Lola lo detuvo poniendo una de sus manos sobre su pecho, para luego acercar su boca hasta su oreja. 

_Debo ir al baño primero. Vuelvo en un momento. 

Comentó la morena, ganando un asentimiento despreocupado de su parte. Dicho esto se marchó entre la multitud, hasta llegar a la barra de tragos. Antes de sentarse en uno de los bancos levantó su vista observando de forma panorámica el lugar, y asegurándose de que no estuviera cerca su nuevo admirador. Al notar que no se encontraba en la cercanía, se acercó hasta el barman nuevamente. Pidió otro trago y despreocupadamente pagó con la tarjeta que le había quitado a su joven objetivo en cuanto tuvo la guardia baja. 

El barman tomó la tarjeta para cobrarle, mientras se encontraba negando con su cabeza con una sonrisa en su rostro al haber presenciado toda la secuencia. 

Lola decidió prender un cigarrillo mientras descansaba sobre la barra con su trago en mano, hasta que el joven adinerado quisiera volver a encontrarla. Y por lo que se veía en su estado, seguro tardaría al menos media hora en hacerlo. Lo que Lola no se dio cuenta en todo ese tiempo, fue que alguien se encontraba observándola desde que llegó al bar. Y no tardó en acercarse en cuánto la observó estando sola. 

Su cuerpo completo se puso en alerta en cuánto sintió una mano posarse en su espalda mientras veía a un hombre acercarse hasta el asiento más cercano a ella. 

_Hola, ¿Lola, cierto? 

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