Las leyes de la seducción
Las leyes de la seducción
Por: Mica A.
Capítulo 1

    Dieron las ocho, y el anochecer comenzaba a caer en el fresco otoño de la gran ciudad. Ella miró el reloj en su muñeca por última vez antes de terminar de acomodar sus grandes aretes de perlas, que combinaban a la perfección con su discreto escote y su brillante collar de oro. Cualquier persona que la visualizara a simple vista, podría decir que todo aquello era una buena imitación, pero lo cierto es que todas sus joyas eran genuinas y habían sido obsequio de uno de los tantos hombres que lograron pasar de manera fugaz por su vida. Inevitablemente, sonrió al recordar el suceso mientras acomodaba el exceso de labial en el borde de sus labios, ayudándose de su dedo pulgar.

   Sonrió frente al espejo, dándose una mirada de aprobación a sí misma. Mientras dejaba que una estela de perfume se alojara en su piel, sintió la presencia de su hermana pequeña asomándose de forma curiosa por el marco de la puerta.

_ ¿Hoy también te toca trabajar? - Preguntó frotando su ojo, algo adormecida.

  Lola se giró en sus talones dirigiéndose hacia ella. Debido a la diferencia de estatura, se puso en cuclillas mientras le otorgaba una cálida sonrisa.

_Sí, hoy también debo salir. Pero mira el lado bueno...-Comentó, levantando sus cejas de forma misteriosa. -en la mañana, podremos ir juntas a comprar la mochila que tanto querías para tus clases. 

   Rápidamente notó como los ojos de la pequeña se iluminaron con emoción. Una pícara sonrisa se asomó entre sus labios, dejando ver la ilusión que le habían hecho las palabras de su hermana mayor. Ambas se dieron un abrazo, para que luego Lola depositara un pequeño beso sobre la frente de la pequeña antes de llevarla a la cama.

  De pie en la puerta de la habitación, contempló su pequeña e inocente presencia antes de cerrar la puerta. Lola no había crecido con padre, ni mucho menos con madre. Su hermana tampoco. Realmente no recuerda mucho de su infancia, más que tener a su lado desde siempre a su hermana menor, Miel. De hecho, Lola fue quién se había encargado de ponerle un nombre a la infante, ya que según su parecer, su pequeña hermana tenía los ojos de un color similar, y la dulzura que su ser destilaba definitivamente se asemejaban al particular dulce.

   Sin lugar a dudas, hacerse cargo de una niña recién nacida a sus doce años de edad no fue nada fácil para Lola. Al ser la mayor, tuvo que encargarse de que ambas sobrevivieran sin tener nada más que la una a la otra. 

   Aunque no fue tarea fácil, Lola terminó de escolarizarse completamente a sus dieciocho años. Había sido algo agotador, pero sabía que era necesario si pretendía conseguir algún trabajo conforme se volviera mayor y los recursos comenzaran a serle escasos. Sin embargo, en algún punto de su vida al volverse mayor y cumplir sus dieciocho años, se dio cuenta que tenía algo dentro suyo de lo que podía, en definitiva, sacar mucho provecho al respecto.

   Ella era una persona muy extrovertida, pero así también, una observadora silenciosa cuando se lo necesitaba. Poco a poco, se dio cuenta que sus observaciones podían hacer la diferencia para conseguir lo que quería, especialmente de su principal objetivo: los hombres. Y no cualquier hombre, sino que aquellos con suficiente dinero dentro de su billetera como para complacer todas sus necesidades. Con el poder de la práctica, Lola se había vuelto sin saberlo, una maestra en el arte de la seducción. Conocía a su target al pie de la letra y esta ventaja, lograba que ella pudiera volverse todo aquello que ellos buscaban, tal y como si fuera un oasis en medio de un desierto.

   Esto sin dudas había logrado no sólo aumentar su autoestima, sino también la confianza que se tenía en sí misma. Ella creía, sin ningún ápice de sarcasmo al respecto, que podía contra el mundo entero ella misma. Había logrado hace un tiempo perder completamente el sentido de la culpa ante sus acciones, tal y como muchos lo habían hecho con ella en el pasado. Sólo visionaba sus metas y en cuánto las cumplía, desaparecía de forma permanente. Para ella no existían héroes o villanos, como así tampoco gente buena ni gente mala. Sólo personas que intentaban, con lo que tenían, darle algún sentido a su vida.

  Además, con el tiempo logró darse cuenta que su pasatiempo le costaba menos tiempo que el de un trabajo convencional, y esto le daba las suficientes horas libres para poder criar a su hermana de forma sana. Era todo lo que tenía, y siempre quería asegurarse de darle absolutamente todo lo que necesitara, aún si esto conllevaba accionar de una forma-moralmente, quizás- mal vista.

  Lola soltó un suspiro mientras finalmente se alejaba de la puerta del cuarto de su hermana, tomando su bolso para salir a las calles, una noche más. Cerró la puerta principal del pequeño apartamento en donde vivían, dándole un último vistazo al lugar para asegurarse de que todo se encontrara en orden antes de dejarlo. Cuando pareció encontrarse segura, cerró la puerta bajo llave y se volteó hacia las oscuras calles del barrio en donde hace años se encontraban viviendo. Muy lejos del lujo de la ciudad, era una pequeña vecindad de departamentos algo descuidados con calles iluminadas por unas escasas luces amarillentas, de las cuáles la mayoría siquiera funcionaba correctamente.  Miró su reloj, notando que le quedaba poco tiempo para llegar hasta el lugar en dónde había quedado en verse con su cita de esa noche. Luego de haber tenido con él una larga charla en un evento de caridad, se había ofrecido a buscarla a su hogar . Pero claro, no había forma en la que ella le revelara realmente dónde vivía. Primeramente, porque arruinaría el sentido de su falso personaje de mujer de la alta sociedad, y sobre todo, porque Lola jamás confiaba lo suficiente en alguien para dejarse al descubierto de esa forma.

    Por lo que, debido a esto, no le quedaba más que caminar las diez calles que la alejaban del centro de la gran ciudad, en dónde le había dicho al galán que vivía. Esa noche de otoño era particularmente fría, y lo sentía en sus piernas desnudas, ya que había decidido llevar un elegante vestido color azul marino para la cena. Muy elegante, pero poco práctico en cuánto al clima de esa ocasión.  

  Luego de unos minutos de intenso caminar arribó en el lugar acordado, dándose cuenta que aún quedaban cerca de cinco minutos hasta que su hombre llegara. Inhaló hondo, llenando sus pulmones con la fresca brisa que, al entrar en contacto con su cálida respiración le dio un pequeño cosquilleo en sus fosas nasales. Levantó su vista al cielo, notando como las brillantes estrellas en el cielo eran reemplazadas por las innumerables luces de los imponentes edificios que rodeaban el lugar. Era una vista nocturna realmente cautivante, y era una de las cosas que a Lola tanto le agradaban cuando tenía que acercarse hacia ese lado de la ciudad. El centro era en definitiva aquel lugar adueñado por los adinerados, y era muy extraño ver a alguien de los suburbios caminando por esas calles.   Lola sabía muy bien por experiencia propia que los ricos muchas veces, despreciaban la presencia de la clase media en su zona.  Muy en el fondo de su pecho, y a pesar del desprecio que les mantenía, Lola anhelaba en algún momento ser parte de las personas que vivían dentro de esos grandes edificios, y manejaban esos costosos coches en los que muchas veces le había tocado ir de copiloto. Cada vez que hundía su cabeza en esa fantasía se imaginaba teniendo la vida perfecta y costosa que siempre soñó, dándole a su hermana todo lo que muchas veces, no había podido otorgarle incluso aunque quisiera. 

   La luz de un coche iluminando su rostro la sacó rápidamente de sus pensamientos, mientras reconoció rápidamente el rostro del conductor. Una malévola sonrisa se formó en su rostro, mientras veía a su objetivo sonreírle de vuelta, de forma ingenua. Respiró hondo, poniéndose rápidamente en personaje. Aunque con el paso de los años, aquel álter ego ya se había vuelto en su mayoría, parte de su personalidad coqueta. Caminó con sus elegantes zapatos de forma lenta y femenina hasta el auto, esperando fuera de éste a que su acompañante le abriera la puerta del copiloto. Al entender su pequeño gesto, el hombre de traje se bajó del coche sin titubeos para realizar este accionar, no sin antes acercarse a ella para saludarla con una sutil sonrisa. Ella extendió su mejilla, dejando que depositara un pequeño beso en ella, acompañado de una disimulada caricia en su espalda. Quizás para otra persona podría haber sido un gesto que se podría pasar de largo, pero Lola sabía exactamente lo que eso significaba. Aquel hombre se encontraba, sin duda alguna, muy entusiasmado de verla. Y Lola presentía en sus adentros que, luego de haberla visto ya una primera vez, esperaba que algo sucediera con ella luego de esa velada.

   Había aprendido tan fácilmente a distinguir las intenciones de los hombres que la rodeaban que, de todas sus herramientas de seducción, se había vuelto la más importante.      Leer el lenguaje corporal le habían permitido tener la suficiente ventaja de poder saber cómo realizaría su próximo paso, con el fin de que su plan saliera tal y como pretendía.

    Ambos subieron al auto, mientras él le mencionaba el restaurante al que asistirían. Ella asintió cautivada, aunque ya de antemano lo sabía. Antes de aquella cita, se había encargado de investigar todo sobre el masculino, incluyendo también, los restaurantes que solía frecuentar. No obstante, como parte de su papel como inocente mujer, fingió encontrarse sorprendida de igual manera.

_Me agrada volver a verte.-Mencionó él, apoyando suavemente su mano sobre la suya.

_A mí también me agrada el volver a vernos, George.- Soltó ella, sonriendo coquetamente.

    Rápidamente notó como una sonrisa se torció en sus labios mientras conducía. Y ella sabía que había sido por el simple y sutil hecho de que había dicho su nombre.  Inconscientemente, cuando alguien está en proceso de conocer a una persona y le llaman por su nombre, siente casi de forma inmediata una chispa de atención en su mente, ya que nuestro nombre es la firma de identificación de nuestro ego. Y Lola sabía bien que, a los hombres de ese tipo, les encantaba recibir variadas formas en las que pudieran aumentar su pesado ego. Para ellos, los halagos nunca eran suficientes por lo que, captar su atención requería de un nivel más elevado de seducción de lo normal.

   Llegaron al elegante lugar, cubierto de una cálida luz que ambientaba el lugar bajo costosos candelabros colgando del techo. Rápidamente un camarero los guio hasta su mesa, la cual había sido reservada con bastante anticipación debido a la notable exclusividad del lugar.

 _ ¿Qué quieres para beber? - Preguntó él, una vez que ambos habían tomado asiento.

    Lola apoyó ambos brazos sobre la mesa, inclinándose levemente hacia adelante. Sus ojos jamás rompían con el contacto visual con él. Una pequeña sonrisa coqueta se asomó en la comisura de sus rojos labios, sin llegar a mostrar sus dientes.

_Sorpréndeme. -Le respondió ella, aleteado sus voluminosas pestañas de forma coqueta. 

Notó un comportamiento positivo en él, que parecía dispuesto a seguirle el juego.

_ ¿Vino?

Ella asintió con una leve sonrisa.

_Me parece bien.

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