—Puedes mofarte de mí ahora —esa voz ronca en su oído la desconcertó. Estaba cargada de tristeza y dolor, incluso ella podía sentirlo —. Puedes lanzarme todas las maldiciones que desees. Ya no me queda nada.
—Parece que lamentas haberla perdido.
—Ni por un instante la quise en mi vida —confesó, apre