—Lo tengo.
Después de que su amiga se retiró, Atenea se dejó caer exhausta en el sofá, masajeando sus sienes por el dolor de cabeza que le taladraba el cráneo. Suspiró pesadamente, con la mirada fija en el techo, contemplando el candelabro incrustado en el concreto.
Cerró los ojos y los volvió a abr