La obsesión del Mafioso
La obsesión del Mafioso
Por: cherrywatt
Capítulo 1.

Nunca me había detenido a pensar qué me trajo hasta aquí, qué me convirtió en este ser tan despreciable y odiado que soy ahora; tal vez fue mi innegable curiosidad que todos notaron en mí, o mi astucia en librarme de los problemas o la capacidad inaudita que tengo de siempre salirme con la mía, sea lo que sea, sea a quien sea, doy gracias, llegué a dudar de mí misma, a pensar que no llegaría tan lejos, tan viva.

De hecho, para ser sincera, creía que moriría tan rápido como una cucaracha, pero hasta ellas son capaces de sobrevivir a una explosión nuclear. Yo lo hice y me siento orgullosa de eso, al fin de cuentas, era lo único que quería y lo conseguí.

En todo caso, no les voy a arruinar el final, pero si quiero que disfruten el desarrollo, el más exquisito y magnifico desarrollo que me llevó a convertirme en la mujer que soy la hora, el más frívolo y oscuro desarrollo que me llevó a mi perdición

Mudarte a una nueva ciudad para todos, o al menos, la gran mayoría de personas siempre será un completo dolor de cabeza, y en mi caso, yo siempre he sido la nueva porque mi madre no puede mantener las piernas cerradas y el corazón frío, pero eso es algo que contaré más tarde.

Como siempre soy la nueva, amigos no es una palabra que esté en mi vocabulario, solo idiotas que se meten debajo de mi falda dos veces por semana, bueno, tal vez no soy tan diferente a mi madre después de todo. Ahora mismo vamos en camino en nuestra vieja camioneta hacia la casa de su nuevo prometido, al cual no he visto nunca en mi vida, tampoco me tomé el tiempo de buscar en línea acerca de nuestro “nuevo hogar” no pasaremos mucho tiempo aquí, de eso estoy segura.

—Victoria, ¿podrías dejar de fumar en el auto? Llegaremos oliendo a humo —escuchar la voz de mi madre hace que quiera meter el cigarro por el trasero, aun encendido.

—No es nada diferente a lo que huele tu estúpido auto.

—No estaría mal que dejaras esa actitud de m****a. No quiero que llegues de esa manera a conocer a Andrew —contesta mirándome por el retrovisor. Yo hago lo mismo mientras continúo fumándome mi cigarro.

Esta vez mi querida madre decidió que todo sería diferente, que seriamos nosotras las que nos mudáramos a casa de su nueva conquista, para “intentar” no tener que huir por alguna deuda de azar o algo así a una nueva estúpida ciudad. Después de un tiempo decido contestarle.

—Sabes, cuando observo nuestra vida la comparo demasiado con las de muchas mujeres.

—¿Qué mujeres?

—No las que son damas te lo puedo asegurar —ella vuelve a mirarme por el retrovisor, esta vez, con evidente enojo en su rostro.

—¿Qué me intentas decir Victoria?

—Que tu auto de m****a te está pidiendo gasolina y justo allí hay una estación —ella comprueba lo que le digo, y nos detenemos en la gasolinera.

Ambas nos bajamos de la camioneta e inmediatamente noto algo extraño; este no es un sitio remoto lleno de porquería en un pueblo de m****a, hay autos finos y un ambiente elegante. Esto es algo diferente a todas las cajas gris en las que hemos vivido.

—Apaga el maldito cigarro —tal vez por mi evidente concentración hago lo que mi madre me pide, lanzándolo al suelo y arrastrándolo por el suelo con mi bota, esas que mi madre odia que me coloque.

—¿Ya estamos llegando? —pregunto.

—Ya hemos llegado, estamos a las afueras.

Al escuchar eso de la manera más veloz que he notado desde que tengo memoria, mi estado de ánimo mejora descomunalmente. Comienzo por pensar que sí debí investigar sobre el lugar al que iba, antes de llegar a él, puesto que tal vez mi camisa vieja y holgada con mis shorts ciclistas, mis botas y un cabello sin lavar de tres días no sea lo más apropiado para este lugar; todo él grita un lujo condenadamente sexi.

Me quedo inspeccionando el lugar hasta que una camioneta negra con ventanillas blindadas capta mi atención. De ella se baja un hombre alto y delgado del asiento del conductor, cierra la puerta del auto y se adentra en la estación. Mientras Amber sigue llenando su tanque de gasolina, yo abro la guantera y saco los cinco dólares que hay en ella, antes de comenzar a caminar noto los lentes que tiene mi madre sobre su cabello y se los arrebato.

—No, no, no, deja ese dinero allí y vámonos —me dice cuando nota mis intenciones.

—Mamá, tengo hambre, solo solo cinco dólares.

—Que me harán mucha falta

—Mamá por favor —le contesto entre dientes—, ¿estamos tan mal que no me puedes dar cinco dólares?

—Está bien. Al menos compra algo rico.

Me coloco los lentes y comienzo a caminar hacia la camioneta elegante e imponente. Al llegar, abro la puerta de la tiendilla, a lo que suena una pequeña campana. El hombre que me da la espalda gira su cuerpo al escucharla, dejándome por fin verle su rostro; no es precisamente muy guapo, pero esos jeans oscuros, esos tatuajes en su brazo, esa chaqueta en cuero, lo hacen ver muy bien. Intento parecer despreocupada y que no me estoy muriendo por preguntarle su nombre, así que solo finjo no haberlo visto, eso les encanta.

Comienzo a caminar por toda la tienda, hasta tomar una bolsa de papas y unos pequeños pudines de un dólar, con ellos en la mano llego hasta la caja, donde él paga una cerveza y sin dirigirme de nuevo la vista, se va.

Un poco decepcionada, dejo las cosas sobre el mostrador, pago y salgo, pero él ya se ha ido. Mi madre no para de hacer sonar el claxon, así que me apresuro en llegar hasta ella, ambas subimos al auto y arranca.

Mientras entramos al pueblo, que nombraron Port west, noto el aspecto suburbano que tiene, con inmensas casas enrejadas, jardines preciosos, jeeps frente a las mismas y senderos lindísimos que me muestran la buena vida que viven las personas aquí. Me siento como en los ángeles, con césped por todos lados, calles limpias, palmeras bien cuidadas, personas paseando a sus mascotas con pedigrí; una verdadera obra de arte.

—¡Carajo, mamá! Hubieras empezado por el detalle de que nuestra casa sería en un pueblo de ricos y no habría puesto en todo el camino mi cara de m****a, te lo aseguro.

—Estoy por creer que ni siquiera recuerdas el nombre del hombre que nos abrió las puertas de su casa, ¿cierto?, solo te importa cómo se vea.

—No lo digas como si él nos hubiera sacado de la calle. No me importan los nombres, o los gustos, o cómo se vean tus conquistas, yo solo quiero asegurarme no tener una vida como la tuya.

—¡¿Y cómo carajos es mi vida según tú?!

—¡Una m****a, mamá! ¡míranos! Ni siquiera puedes darme cinco dólares sin sentir que los has perdido todo. Vivimos en una infinita miseria, mira esas casas, miras sus autos, sus jardines. ¡Lo tienen todo! Eso es lo que yo quiero.

—Espero que lo desees con todas tus fuerzas, porque solo así lo vas a tener. Has pasado toda tu vida reprochándome lo que te doy, pero no es mi culpa no poder darte más… —yo río al escucharla.

—Claro que lo es Amber. Pudiste haber terminado la escuela, pudiste aprovechar tu belleza, pudiste darle un hijo a alguien decente, no a la escoria que tengo de padre.

—Andrew no es rico —contesta, fingiendo que no dije lo que dije—, porque no todos los que viven aquí lo son.

Ella tenía razón, no todos los habitantes de Port West viven bien, y como era de esperarse estamos del lado equivocado. Hacia el sur del pueblo comienza a tornarse todo gris. Pequeñas tiendillas, una escuela pública, una biblioteca, casas comunes y corrientes, callejones oscuros y peligrosos. Con lo que estoy acostumbrada a lidiar.

El auto se detiene frente a una casa pequeña de dos plantas con un porche en madera, de hecho, todas las casas del vecindario son muy parecidas, casi de inmediato, quien probablemente sea Andrew sale de adentro con una ancha sonrisa mientras alza su mano al aire en un gesto de saludo. Todo el buen humor que pude haber tenido desaparece porque como era de esperarse, volvimos a otra caja gris.

Mi madre sale del auto a lo que Andrew corre hacia ella y le plata un beso que prefiero no ver, luego de un par de segundos, abren el maletero y el hombre grita por alguien y una chica de mi edad, sale a recibir las maletas.

—No puede ser… —maldigo en voz alta.

Lo último que esperaba era que tuviera una m*****a hija de mi edad. Tendré que escuchar sus estupideces cada tanto, dormir en la misma habitación y frenarla cuando me llame hermana.

Tomo mi bolso de mano y salgo del auto, subiendo los lentes hacia la coronilla de mi cabeza.

—¡Vaya! ¡que linda eres! Debes ser Victoria. Es un gusto, me llamo Andrew.

Me quedo en silencio mientras observo por encima de su hombro a la que muy probablemente sea su hija venir hasta nosotras.

—No me dijiste que tenía hijos —le hablo a mi madre.

—¡Victoria! —chilla en respuesta.

—Soy Andy, Andrea de hecho, pero todos me dicen Andy —se presenta la chica.

Es muy poco parecida a su padre, es un poco baja, de piel trigueña, con ondas en su cabello negro, algunas pecas y una particular forma de vestir. ¿Quién carajos utiliza overoles?

—Para mí eres Andrea —le contesto.

—¿Podrían dejarme un minuto a solas con Victoria? Entramos en un segundo.

Andrew asiente, toma a su hija del brazo y ambos entran a la casa.

—¡No me vas a arruinar esto también! ¡quítate los malditos lentes, sé jodidamente amable y sonríe por una m*****a buena vez! —mi madre me toma tan fuerte del brazo que creo que me lo va a quebrar.

—¿Y si no qué, Amber? —ella ríe para mi sorpresa.

—Pues vas a conocer a la escoria de tu padre, como lo llamaste y créeme, si te desagradó esta bonita casa familiar, al ver el lugar donde él vive querrás suicidarte. No me va a temblar la mano esta vez para echarte de la casa —me suelta el brazo y se adentra a la casa.

Intento respirar profundo, abro y cierro mis puños, contengo las lágrimas de enojo y entro a la casa.

Al estar adentro, noto que es muy cómoda y que de hecho es mucho más grande que el apartamento donde vivíamos. Hay una sala de estar con un televisor y un sofá con mantas y cojines, un poco más hacia el fondo se puede ver un comedor y junto a la puerta de entrada esta la escalera al lado del pasillo que muy probablemente te dirige a la cocina.

—Perdón por lo de antes, es un gusto Andrew y Andy, gracias por dejarnos venir.

—Es tu casa ahora, Victoria. Sé que todo esto es nuevo para ti, es nuevo para todos, es la primera vez que salgo con una chica un poco más joven, pero me ayuda mucho que Andy esté de acuerdo, estoy segura de que tu madre también apreciaría lo mismo —me contesta Andrew

—No estoy en desacuerdo —me apresuro a contestar—, solo estoy… cansada —miento.

No quiero una conversación de ese tipo en este momento.

—Sí, fue un viaje largo. Ayúdala a subir las maletas, Andy.

La susodicha toma mi maleta y me pide que la siga, así lo hago hasta llegar a la segunda plata donde hay un pasillo pequeño con cuatro puertas.

—Bueno, la última puerta es la habitación de Amber y mi padre, la que sigue es la mía, del otro lado está el baño, hay uno solo y esta es la tuya, junto a la escalera.

—¿Tengo habitación para mí sola?

—Sí, era de huéspedes —me contesta ligeramente nerviosa, lo que me demuestra que es un poco tímida—, estaba muy desordenada, pero papá prefirió que tuvieras tu propia habitación —finaliza mientras abre la puerta—. Papá compró sabanas purpuras, pensó que te gustaría, el papel tapiz es un poco costoso, pero podemos cambiarlo si quieres, la cama no es muy grande, pero es cómoda.

La habitación es pequeña, con una puerta que probablemente sea un armario, una cama ligeramente estrecha, una mesa con una silla, un papel tapiz un poco feo y una alfombra un poco gastada.

—Gracias, puedo sola a partir de aquí —le contesto.

—Okey, adiós.

Dejo la maleta en el suelo y me siento en la cama, me saco los lentes de la cabeza, pero al hacerlo se enredan en mi cabello sucio así que opto por tomar algunas cosas al zar y dirigirme al baño.

Me lavo el cabello con los productos que ellas tienen aquí, me cepillo los dientes, me seco muy bien y me visto con la ropa que tomé. Al salir casi me encuentro de nuevo con Andrea.

—Me lavé el cabello con tu shampoo o con el de tu padre. No encuentro mis cosas, lo siento.

—No te preocupes —contesta, intenta irse, pero la detengo.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Pues claro.

—¿Por qué este lugar parece como si fuera un pueblo distinto? —ella sonríe.

—Te diste cuenta.

—Es… difícil no notarlo.

—No parece, lo es. Muy difícilmente verás una persona de este lado del pueblo allá y definitivamente no verás a nadie de allá aquí. Originalmente el pueblo era sencillo, gente como nosotros, hasta que de la nada, las personas del norte vendieron sus casas y ellos comenzaron a construir sus imperios. Hay CEOS de empresas viviendo aquí, gente poderosa.

—¿De la noche a la mañana?

—De la noche a la mañana.

—¿No te parece extraño? —le comento, a lo que ella levanta sus hombros, restándole importancia.

—Los asuntos de ricos nunca me han interesado, como sea, cuando estés lista puedes bajar a cenar. Mi padre hizo una “comida especial” —se ríe ella misma de lo que dijo y se va.

Pues a mí si me parece extraña tu historia Andrea y a diferencia de ti, a mí sí me interesan los asuntos de ricos.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo