Así que casi dos semanas después, tenía una carpeta llena de informes, reportes completos, fotografías, rutinas de itinerarios y demás para poder hacer la inspección que requería, una que sería minuciosamente detallaba.
Convencer a Amaya de irnos no fue para nada difícil, sobre todo porque a diferencia de mí, a ella sí le fascinaba la playa a un punto tan desesperante que podía parecerme hasta cierto punto muy dulce, amaba el calor en buena manera, la alegría de la arena y bucear, lo que podría considerar algo sumamente peligroso, pero que era incapaz de decirle porque se burlaría de mí y al final terminaría ridiculizándome en el proceso.
Lo sabía muy bien.
—¿Cuánto dura el vuelo? Nunca he ido a Hawái —dijo ella a nada de subirnos en el mismísimo.
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