Ya es de mañana cuando Bella abre los ojos. Parpadea varias veces, desorientada por unos segundos. La somnolencia la envuelve, como una manta pesada. Le toma un momento recordar dónde está. Luego lo hace: se han quedado a dormir en el hotel. Mira hacia el lado derecho de la cama. Está vacío. Se incorpora de golpe. Revisa la hora en su reloj. Ya es tarde. Debería estar en la empresa ahora mismo resolviendo sus asuntos, no entre sábanas ajenas.

Se levanta sin hacer ruido y entra al baño. El agua caliente la ayuda a despejarse. Cuando sale de la ducha, Benedict ya está allí, de pie junto a la cama. Sobre la colcha, hay un conjunto de ropa dispuesto con esmero para ella.

—¿Quieres ir a conocer todo el hotel luego de desayunar? —pregunta Benedict, sin rodeos.

—No puedo quedarme —responde ella, mientras se seca el cabello con una toalla—. Tengo asuntos urgentes que resolver.

—¿Tu secretaria no puede hacerlo?

—No —responde con firmeza—. Tengo bocetos y presupuestos que entregar. Además, vine