No mucho después de que Odell se fuera, Sylvia abandonó la habitación.
Sherry y John se encontraban en la sala.
Sherry vino a su lado tan pronto como se hubo ido.
Juan sonrió.
—Señora Carter, el Amo Carter ya se fue a casa. Puede quedarse aquí unos días en paz. Si necesita algo, dígaselo a Arnold, el mayordomo.
A Sylvia tampoco le gustaba mucho John, pero mantuvo su actitud y le dio las gracias.
—Se lo agradezco, Amo Stockton.
—No lo mencione —John se levantó y miró su reloj—. Por favor discúlpeme porque tengo trabajo que atender.
Luego miró a Sherry.
—Sherry, por favor, cuida a la señora Carter.
—No necesito que me lo recuerdes —contestó Sherry.
La mirada de John se volvió helada por un segundo, pero mantuvo su sonrisa y le dijo a Sylvia:
—Sra. Carter.
—Amo Stockton.
John luego se fue.
En el momento en que su figura desapareció a través de la puerta, Sherry maldijo en voz alta:
—Ese maldito bastardo. ¡Hipócrita!
Sylvia se limitó a observar en sil