Cargó a Sylvia hasta la mesita de noche, donde había varios bocadillos y un aromático tazón de gacha.
Sylvia miró la comida sin expresión alguna en el rostro y dijo, “No tengo apetito”.
Tenía la garganta ronca.
Odell la agarró del hombro y enunció fríamente cada palabra, “Cómete la gacha de inmediato”.
La mirada de Sylvia era apagada y carente de espíritu. No parecía tener ganas de comer.
Odell le acarició la cara. “Sylvia, te estoy hablando. ¿Me oyes?”.
Sylvia frunció los labios y lo ignoró.
En voz baja, Odell gruñó, “¿Crees que por hacer huelga de hambre me divorciaré de ti y te enviaré a reunirte con Edmund a la cárcel? ¡Si no comes hoy, puedes olvidarte de cruzar esta puerta!”.
Mientras las palabras salían de su boca, la soltó.
Como una marioneta rota, Sylvia perdió el apoyo y cayó sobre la cama.
Se quedó tumbada en la cama sin moverse, mirando al techo en trance.
Al verla actuar así, Odell sintió que se le subía a la cabeza una rabia que nunca antes había sentido.
Esta