Capítulo 03

LA SUMISA

Capítulo 03

Támara Williams

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En comparación al enorme cuerpo del presidente de la compañía "Go Space" yo me veía delante de él demasiado pequeña y débil. El cielo de Green Town estaba grisáceo y la idea de que comenzase a llover de la nada, no era muy alentadora que digamos. Odiaba los días lluviosos, esa sensación de humedad en realidad no eran de mis favoritas y experimentar esa extraña sensación delante del magnate justo a mi lado, no era una gran plan tampoco.

Solía colocarme totalmente fría mientras que mi cuerpo se envolvía en una ola de dolorosas pulsadas por la temperatura que en ese momento la ciudad atravesaba, así que detesto los días como hoy.—¿Quieres que te ponga caliente?—moví la cabeza al oír la pregunta de mi futuro jefe, el italiano señaló rápidamente la calefacción de su coche y no pude evitar abrir los ojos al sentir como la vergüenza recorría mis piernas hasta llegar a mis mejillas—¿Por qué te has puesto tan roja?—inquirió con una sonrisa ladina sobre sus labios—Hablaba de esto...—Le dio tres pequeños golpes a esa parte de su vehículo—¿Qué estabas imaginando tú, Tam?

Boté el aire que había inhalado hacia algunos segundos—No he imaginado nada, señor...—mentí como un experta aunque realmente no lo era. Jamás le he dicho mentiras a Mark y estoy segura que eso nunca ocurrirá. Tengo una relación de cinco años con él y puedo jurar que somos como almas gemelas que se aman y están destinadas a estar juntas para siempre.

Ladeé la cabeza de lado a lado al darme cuenta que me había perdido por un segundo.

—Está bien, te lo daré.

Giré mi rostro como aquella mujer poseída en una de las tantas películas de terror que había visto hace meses atrás con Mark, al presenciar como el señor Magno Belluci empezaba a deslizar el saco de su traje de dos piezas a la medida, por sus brazos sin quitarme la mirada de encima. Esa mirada que no podía descifrar pero que sin duda alguna me gritaba algo. Su rostro se encontraba sin ningún tipo de expresión, eché mi cuerpo un poco hacia atrás al observar detenidamente sus enormes y musculosos brazos. Estos se veían tan fuerte que podía jurar que un movimiento falso que el magnate hiciese, toda la tela de la prenda que lo cubre se iba a rasgar. —¿Qué hace?—pregunté al sentir como el coche se detuvo de un instante a otro—Señor...Yo...

Cerré los ojos automáticamente al verlo estirarse hasta el puesto de copiloto en donde estoy sentada tan lentamente como si dentro de su cabeza estuviese estudiando cada uno de sus movimientos para no asustarme.

Algo tibio cubrió mi cuerpo y más estúpida no pude haberme sentido nunca.

Soy un completo desastre...

—Estás en Pijama y entraremos a uno de mis hoteles. Sólo te he prestado mi saco por hoy. Que esto no se te haga costumbre, si viniste hasta aquí para firmar el contrato, debes de saber que mi imagen está por encima de cualquier cosa. ¿Entendido?

No respondí y aunque quisiera las palabras morirían en mi boca. Estoy pasmada, Magno es lo contrario a todo lo que he visto o vivido durante toda mi vida. Es como sí su mundo y el mío estuviesen en polos completamente opuestos.

—Sí, señor.—logré responder en un hilo de voz. Tengo miedo.

Tengo la sensación dentro de mi pecho que terminaré derrotada y herida si algo sale mal a partir de ahora. Pero quiero ser valiente, por mí. Por la memoria de mamá y por Mark.

—El traje que tenías el día ayer en la entrevista, ¿Es el único que tienes?—El magnate se detuvo en seco de repente haciendo que mi rostro chocara contra su espalda. Alcé la cabeza mientras que mi cuerpo temblaba al verlo mirarme con arrogancia.

—Es... Es el único, señor...—respondí. ¿Se acaba de reír de mí?

—Me lo imaginaba luego de verte en esta pijama espantosa. Ya solucionaré eso luego de que firmes.

Soltó dándome en teoría una bofetada que ha quebrado mi ego y lo había hecho añicos sin pensarlo dos veces. Magno abrió la puerta del enorme y lujoso hotel y caminé detrás de él sin decir una sola palabra más. Mis manos estaban temblando por el frío de la mañana, mi estómago comenzó a rugir, había salido de casa desde muy temprano y aunque quisiera no alcancé a desayunar nada.

Nunca antes había conocido un hombre como él y aunque cuando era adolescente Mark y sus amigos intentaban verse intimidantes, creo que ahora solo los veo como un mal chiste.

Entré al lugar después de él y bajé la cabeza cuando las personas empezaron a murmurar cosas y no era para menos. Una chiquilla de diecinueve años, tan paliducha y delgada como yo, bajo las sombras de uno de los magnates más importantes de este continente era hasta para mí una completa locura.

Yo no pertenecía a su mundo, pero él tampoco pertenecía al mío.

El saco de su propiedad me quedaba enorme y al menos eso me ayudaba a salir un poco más desapercibida; me detuve cuando el presidente también lo hizo—Sí te sientes incómoda, solo dilo...—masculló suavemente—Por tu cara veo que no estás acostumbrada a este estilo de vida.

Negué de inmediato—No, señor.

—¿Algunas vez has estado en un sitio así?

—Ni en mi otra vida hubiese imaginado esto, señor.—hablé con la mayor sinceridad del mundo.

Arrugué la frente al verlo sonreír ligeramente—Me alegra ser tu primera vez en esto.—mi mandíbula cayó al piso en teoría con aquella declaración. Mi cuerpo se estaba tornando caliente y el ambiente del lugar no me ayudaba mucho tampoco.

Aunque Mark y su familia son rico, jamás fui capaz de aceptar que gastara dinero de más en mí y en mis necesidades. Ya era suficiente con las miradas juzgadoras de George como para darle un motivo más para que terminara de odiarme.

Me sacudí cuando su cuerpo desapareció de mi campo de visión para ahora introducirse en el elevador que hacia unos cuantos segundos había pedido. Corrí detrás de él mirando mis manos frías e intentando olvidar todo lo que había visto y escuchado el día de hoy.

Debía comportarme a la altura de Magno Bellucci si quería trabajar con él. Así que me decidí por algo, quería aprender a comportarme para ser la mejor secretaria que nunca antes tuvo y así poder mejorar mi futuro.

Las personas que nos encontrábamos por el camino le hacían una pequeña reverencia apenas se daban cuenta de su presencia y cuando yo intenté inclinarme para responderles el acto, el magnate me observó de soslayo con una mirada fulminante.

—Las personas que van a mi lado, no tienen necesidad de hacer eso, señorita Williams...—le dio vuelta a su cabeza y puedo jurar que está sonriendo o solo quizás se estaba burlando de mí.

—Lo... Lo siento. ¿Cuál es su habitación?

Levantó las manos y señaló al frente—Alquilé todo el piso porque hoy no deseo ser molestado. ¿Estará toda la tarde conmigo, verdad?

—¿Es parte de mi trabajo?—Dibujó una línea recta sobre sus labios.

—Por placer no es, ¿O usted...?—Guardó silencio al notar la presencia de una mujer esbelta y elegante, con piernas largas y cabello negro hasta los hombros aproximarse hacia nosotros. Sus ojos se fijaron primeramente sobre mí, para luego posarlos sobre el italiano.

—Tania salió de su apartamento, presidente.—espetó entregándole un pequeño sobre.—Estaba molesta pero luego de darle...

—... Bárbara…—Soltó su nombre en forma de amonestación, para acto seguido los dos al mismo tiempo fijar sus ojos sobre mí—Solicítale al mejor Chef de nuestros hoteles que le prepare el desayuno a mi invitada, págale lo suficiente para que lo que escuche o vea en mi habitación no lo divulgue por allí como los parásitos dañando todo a su paso...

La pelinegra asintió bajando la cabeza y marchándose sin decir una palabra más.—¿Llegué en un mal momento? Creo que usted ya tenía un compromiso antes de que lo encrucijara en esta posición.

Di un paso hacia atrás al verle sacar una tarjeta de acceso de uno de sus bolsillos para enseguida pasarlo por el picaporte de la habitación.—Ahora mismo, lo más importante para mí, eres tú...—abrí los ojos de inmediato—¿Qué talla eres?

—¿Para qué?

—Mandé a traer a mi diseñador personal para que te confeccione diez vestidos a la medida.

—Eso no es necesario, señor.—Negué rápidamente.

El magnate caminó hasta un pequeño bar para así tomar posesión de la botella de borbón que se encontraba en esta.

—Primer consejo para ti—coloqué mi atención sobre él—. Sí quieres seguir a mi lado, jamás me lleves la contraria... Es lo que yo diga y como lo diga. ¿Entendiste?—no respondí nada—¿Entendiste, querida Támara?

—Sí, señor.

—Ahora,—deja la copa sobre la barra—puedes empezar a quitarte la ropa...

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