París, Francia.
Daniel
Entro al restaurante y camino hasta llegar al reservado, donde una Elisabeth muy contenta me recibe con un beso en la mejilla, y dándome un abrazo.
— Daniel, que bueno que hayas cambiado de opinión, sabes lo que te conviene — Toma asiento y hago la misma acción.
— Tienes razón, sabes que no hay mujer que te quite tu lugar — Digo frío como siempre, sonríe de lado. Un camarero toma nuestras órdenes y luego volvemos a quedar solos.
— Entonces, quieres que lo hagamos acá, como los viejos tiempos. O vamos a la casa, te gustarán mis nuevos juguetes, y que solo he guardado para ti — Ronronea, pasa sus manos por el escote bajándolo un poco. La miró de reojo y me centro en mi plato de comida.
— No se va poder, tendr&aacut