La Redención del CEO
La Redención del CEO
Por: Sofía de Orellana
Capítulo 1: Un ángel al infierno

Día de la boda…

La madre de Mía la ayuda a terminar de arreglarse, mientras que el equipo estilista que contrató su padre deja la habitación en silencio, luego de haber maquillado y peinado a la novia. Ambas miran el espejo y sonríen felices, no parece una princesa, se siente así, como si estuviera viviendo su propio cuento de hadas.

Mía se da la vuelta y puede observar a través del delicado velo de encaje que su madre está llorando.

—No llores, mami —le dice ella con su melodiosa y delicada voz—, no me iré para toda la vida. Podré visitarte y tú también podrás hacerlo… estaremos a un auto o un teléfono de distancia.

—Yo debería consolarte a ti… —dice la mujer, limpiándose las lágrimas—. Soy una tonta, pero no puedo dejar de pensar que te perderé.

—No me perderás —le dice ella tomando sus manos y regalándole esa sonrisa hermosa—. Más bien, ganarás un hijo, ese que no pudieron tener… y yo ganaré al amor de mi vida.

—Eso espero… ese hombre es tan extraño, su mirada parece la de un hombre peligroso, oscuro.

—¿Cómo puedes decir eso, madre? —le dice Mía borrando su sonrisa—. Nathan es un hombre dulce, lo sé… cuando éramos niños siempre me regalaba las flores que encontraba en su jardín.

—Mi dulce Mía… —le dice ella a su hija, acariciando su cabeza con ternura.

Para Verónica, Nathan era peligroso, sin importar lo que dijeran.

Pero Tyron, el padre del hombre, insistió en que fuera Mía su esposa, para que pudiera llenarlo de amor. Al final, Todd había aceptado entregar a su única hija a un hombre del que todos decían era un tirano, para asegurar el futuro y cumplir el sueño de su princesa, que era casarse con él.

Llaman a la puerta y Todd entra, quedándose sorprendido con aquel vestido de novia tan bello, que hacía ver a su hija como lo que era, su princesita delicada y cariñosa. Se acerca a ambas mujeres, deja un beso en los labios de su esposa y luego se dirige a su hija.

—Hoy mi corazón se encoge al entregar a mi única hija en matrimonio, eres tan joven, pero sé que podrás aprender a ser una buena esposa, una buena compañera para tu esposo y una excelente madre.

—Claro que lo seré, ustedes me enseñaron a serlo.

Todd toma del brazo a Mía y salen de la habitación de ella para ir a la iglesia.

—No debemos hacer esperar al novio —dice Todd, mientras su esposa no deja de sentir esa opresión en el pecho de que es una pésima idea casarla con ese hombre.

Suben al auto que los llevará hasta el lugar de la boda, en donde los invitados van desde importantes empresarios hasta personajes políticos de relevancia. Aquel matrimonio que había surgido por un acuerdo comercial, ahora tenía todas las características de ser el ideal.

En cambio, del otro lado de la ciudad, la situación era completamente distinta. Nathan miraba con rabia, furia, asco la imagen de aquel hombre que lo observaba con la misma expresión en el espejo.

—Me veo realmente estúpido… —dice entre dientes, estirando su traje con las ganas de romperlo en mil pedazos—. Yo debería estar en mi oficina, trabajando, no perdiendo el tiempo en esta estupidez.

—Deja de quejarte, sabes que son las condiciones del abuelo —le dice su hermano Hank ayudándole con el pañuelo en el traje— y si no lo hacías, me quedaría yo con todo, pero no he hecho nada para ganármelo.

—Lo sé —sisea empuñando las manos—. Pero es un precio demasiado alto por quedar a la cabeza… cargar con una mocosa mimada que no tiene idea de lo que quiere.

—Yo me casaría feliz con ella… pero es obvio que te ama a ti, desde pequeña, cuando corría tras de ti.

—Solo intentaba ser cordial con la favorita de papá, para que no se ofendiera, porque sabes lo que pasaba después si le hacía un desaire.

—Cada quién sobrevive como puede, hermano… solo dale la oportunidad de conocerla.

Nathan se quita la mano que Hank mantiene en su hombro y gruñe.

Él no está para conocerla, ni para tener paciencia ni mucho menos para consentir a una chiquilla que apenas conoce el mundo. Ha de ser una completa inútil, a la que se le debe hacer todo, porque siempre ha tenido gente al servicio, mientras que él tuvo que desde pequeño aprender a valerse por sí mismo.

Su padre se asoma por la puerta y sonríe al ver a su hijo listo para el matrimonio, en especial porque creyó que huiría de ese compromiso, pero el amor por la empresa era mayor a todo, por lo que podía ver.

—¡Hijo! —dice él, extendiendo los brazos, pero Nathan lo detiene enseguida con voz gélida.

—Cállate, Tyron, a mí no me adules, que no vas a cambiar mi opinión sobre esto con una sonrisa y unos golpecitos en el hombro.

—No me llames así, soy tu padre.

—¿Mi padre? —le pregunta con sarcasmo, mientras se acerca peligrosamente a él—. Nunca fuiste eso que siempre alegas ser. Un padre no me habría tratado como tú lo hiciste conmigo.

—Nathan, escúchame…

—¡Déjame en paz! Mejor mueve tus pies, si quieres que me case con esa mocosa.

Nathan sale de allí, dejando a los dos hombres con una expresión mezcla de sorpresa y miedo. Tyron avanza para salir de la habitación, pero Hank lo toma del brazo y le dice con la voz fría.

—Si él le pone un dedo encima a Mía, quien lo pague serás tú… te lo advierto.

Se adelanta para alcanzar a su hermano, mientras deja a Tyron con esa interrogante si cometió un error en pedir en matrimonio a su ahijada para su hijo mayor en lugar del menor, porque ahora es evidente que Hank está enamorado de la muchacha.

Alcanza a sus hijos y salen camino a la iglesia, en absoluto silencio.

La primera en llegar es Mía, que está nerviosa como todas las novias en su día. Su madre se baja para preparar todo y que haga su entrada triunfal, pero unos minutos después llega con ellos, con la expresión preocupada y Mía, sin perder la sonrisa, le pregunta.

—¿Pasa algo, madre?

—Nathan no ha llegado… ninguno de los Moore.

—¡Esto no puede ser! —exclama Todd, que trata de bajarse para ir a comprobar por él mismo, pero Mía lo calma.

—No te enojes, padre, debe ser que tuvieron algún contratiempo. Demos una vuelta nosotros dos, mientras que madre se queda esperando y nos avisa.

Cuando Verónica se baja, ve que los Moore llegan y detiene el auto en donde se encuentra su hija. Se acera a saludar a los hombres, pero Nathan solo entra con esa expresión de desagrado directo a la iglesia.

—Lo siento, el novio se demoró un poco, pero ya estamos listos para la boda —le dice Tyron con una sonrisa que no llega a los ojos.

—Tyron, quiero que conozcas mi desacuerdo con esta boda —le dice la mujer con tono muy serio y él mira a otro lado—, y te responsabilizo a ti de cualquier cosa que le pase a mi hija, porque los comentarios acerca de tu muchacho no me han dejado para nada satisfecha.

—Tranquila, Verónica, solo son rumores, mi hijo es un caballero y mi niña será feliz a su lado.

Pero tanto ella como Tyron no son capaces de creer totalmente esas palabras, porque la expresión de Nathan no es la de un hombre feliz.

Unos minutos después, en donde los invitados, de los círculos más importantes del país, se encuentran expectantes por la entrada de la novia, Nathan solo mira hacia el altar, esperando que ese circo se termine lo antes posible, mientras que su abuelo sonríe feliz de ver a su nieto cumpliendo con su deseo.

El coro comienza una dulce melodía, todas las miradas van a la entrada, excepto la del novio, que tiene una cara de fastidio total. Hank se acerca a él y le susurra.

—Será mejor que la veas entrar o te arrepentirás toda tu vida de no haberlo hecho.

—Yo no me arrepiento de nada… —dice mirando a la entrada, pero se calla en cuanto la ve.

«Es un ángel», le dice su consciencia.

Un ángel que él piensa destruir, una muchacha a la que debiera mirar de otra manera, porque ella no tiene la culpa, pero todos esos años observando cómo su padre le daba más amor que a él lo hacen sentir que también es parte de su pesar en este momento. Sí, ella también debe pagar por aquel matrimonio forzado.

Pero hay cosas que no puede controlar del todo, como la reacción de su cuerpo.

La boca se le seca y siente sus latidos acelerarse, se mueve incómodo, porque tiene miedo que alguien se dé cuenta de lo que está sintiendo. Hace muchos años que no la ve, todo el arreglo fue de palabra, sin fiesta de compromiso ni nada por el estilo, por lo que ver entrar a Mía así lo deja como mínimo, impactado.

Pero su rostro no expresa nada de eso.

La iluminación que proviene desde afuera le da un aura angelical, una princesa en vestido blanco que es bañada por la luz del creador y aun así, nada la salvará del infierno que será ser la esposa de Nathan Moore.

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