Capítulo 6. Sonrió.

Noah no sabía qué hacer ante las lágrimas de Elizabeth, no esperaba que ella actuara así. Se sentía impotente por no poder ayudarla a que se detuviera. Ella se veía tan frágil y delicada, parecía como si en serio le doliera todo. Noah pensó que tal vez fueron sus palabras, pero la manera en la que se encontraba ahora mismo, frente a sus ojos, podría suponer que era solo una pequeña niña asustada.

Los empleados miraron a Noah con rostros de decepción y molestia. Estaban enojados por la manera en la que había tratado a la pobre niñera. La señora Gabriella siempre había defendido a su muchacho, pero esta vez, él se había pasado de la línea. No había dejado que Elizabeth pudiera hablar. Nadie sabía nada, pero él fue el único en decir una barbaridad tras otra. 

—Elizabeth, lo siento. No debí hablarte de esa manera, pero es que estaba preocupado. No conoces estas zonas y nadie tiene cómo dar contigo. No tenemos tu número de celular y mucho menos sabemos en dónde buscarte —él estaba parado lejos de ella, cerca de la chimenea encendida, pero sentía frío. 

Elizabeth limpiaba sus lágrimas avergonzada, pero sentía la mirada de su jefe. Ella no se atrevía a verlo. No podía creer que rompiera a llorar frente a él. No era su primer trabajo y mucho menos su primer regaño. Estaba sorprendida del poco control que tenía sobre unas cuantas palabras bonitas.

—También lo siento mucho. No debí desaparecer sin avisar, pero no lo he hecho a propósito. El chófer y yo nos separamos en el colegio de Damian y ahí me di cuenta de que no tenía el número de nadie. Mientras venía de regreso a casa, sentí como si alguien me siguiera, solo cambié de camino y me he perdido —admitió, obviando la parte en donde no tenía dinero para pagar un taxi.

Noah escuchó con atención cada palabra de ella y sintió que algo estaba mal, solo que no lo dijo.

—¿Y venir en taxi desde el colegio de Damian era difícil? —sus palabras salieron filosas, y se arrepintió nuevamente por la manera en la que habló, pero esa pregunta no fue malintencionada.

—No supe en donde encontrar uno... Por eso vine caminando hasta que una señora bajó de un taxi y lo tomé —mintió, sus manos sudaban ante la fija mirada de su jefe, esperaba que le creyera.

—Bien. Lo siento por haberte hablado mal. Fue el estrés del momento. Desde este ahora tendrás el contacto de todos. Así evitamos que cosas como estas vuelvan a suceder y yo volverte a malinterpretar —él se acerca a ella, sus empleados se retiran de la sala para dejarlos solos y darles privacidad.

—De verdad, lo siento. No volverá a suceder. Tendré más cuidado desde ahora —lo miró a los ojos y detalló a su jefe. Era un hombre alto y musculoso, cabello castaño y ojos azules, sus cejas eran pobladas y sus labios eran gruesos. Sus ojos estaban llenos de tristeza y a la vez eran tan fríos, como su voz. 

No había ningún sentimiento por parte de él. No había una expresión para saber en qué podría estar pensando. Noah era una isla enorme sin descubrir. Solo podía sospechar que él tenía una pena que arrastraba y quería sacar a su hijo de ahí.

—Tranquila, tómalo con calma y hagamos como que nada de esto sucedió. Vuelve a trabajar y... Espera, dame tu teléfono —ella con el ceño fruncido lo saca de su bolso y se lo entrega.

—¿Sucede algo? —él ve que está desbloqueado y anota su número junto con el de Sebastian.

—Te he agregado el contacto de mi guardaespaldas y el mío. Acabo de hacerme una llamada para guardar tu número. Si vuelve a pasar algo no dudes en llamarme —le entrega el celular.

—Muchas gracias... —le sonríe, él asiente y se va de la sala.

Elizabeth miró el lugar por donde se había ido su jefe y sintió que podía respirar otra vez. No supo cuando dejó de llorar ni cuando empezó a contener el aire, pero se sentía aliviada. Noah le había creído. Pensó en todo lo que le dijo, aunque lo del taxi fuera mentira. Se sentía feliz y culpable a la vez, pero no podía hacer nada. 

Solo debía intentar no volver a mentir y mucho menos meterse en problemas.

***

Noah había regresado a la empresa porque tenía una reunión con unos inversionistas. Debía escuchar la propuesta por décima vez y rechazarla. Hoy no era un buen día para hablar o pensar. Noah quería ir a casa y estar con su hijo. Se avecinaba una fecha que a Damian lo hacía sufrir y simplemente, quería darle más amor, para llenar ese vacío. 

La mirada de su guardaespaldas, lo hace entrar en razón para volver a la realidad.

—He anotado el número de la señorita Miller. Investigué un poco sobre ella y si había relación con la tarjeta SIM, pero está registrado por la señorita Jessica. No encontré información relevante, además de ser de padres agricultores y que se vino a vivir sola a Londres para poder estudiar —le informaba el pelinegro con simpleza.

—Ya... Necesito que Elizabeth tenga un guardaespaldas. Hoy sintió que alguien la estaba persiguiendo y se ha perdido de regreso a casa. Quiero que ella esté protegida, Sebastian —le pidió sinceramente, pasó su mano por su cuello, tratando de calmar el estrés que sentía.

No podía olvidar como esa diminuta mujer rompió en llanto frente a él y mucho menos, podía olvidar cómo su corazón reaccionaba ante ella. Por primera vez en años, pensó en Aurora y el día de su muerte. 

—Noah, gracias por venir. Siento mucho que las cosas entre ustedes terminaran así —la voz dolida de la madre de Aurora, siempre le molestó a Noah.

—En su sepulcro. Tenía que darle el último adiós de alguna manera —rostro inexpresivo, mirada y voz gélida, fueron las que tuvo durante ese día lluvioso.

—Ni siquiera porque murió la vas a perdonar… Eres tan miserable. Es la madre de tu hijo. No seas tan bastardo el día de hoy. Damian crecerá y te odiará un día, Noah —él se gira a ver a la señora y le da una sonrisa que le da miedo.

—No me digas que debo hacer porque yo no fui quién falló. Soy un bastardo ante tus ojos, pero no fui quién traicionó la fidelidad ni destruyó diez años de relación —escupió con rabia.

Suspiró al recordar las palabras de la madre de Aurora. Él la había amado con toda su alma. Era la mujer de su vida y la persona que lo hizo padre. Siempre se lo advirtió, si ella lo llegaba a traicionar, todo se acabaría, pero lo hizo igualmente. El día que Aurora tuvo el accidente de auto, ellos habían firmado el papel de divorcio. 

La odiaba de la misma manera en la que la amó. Su traición lo marcó y hasta ese día, juró que sería la última mujer a la que amaría. Cerró su corazón y decidió centrarse en su hijo. No había entrada para nadie más. Su frío corazón pertenecía a Damian y lo protegía demasiado para que la muerte de su madre, no le afectara.

—Una cosa más, la señorita Miller hizo uso del dinero que le dio para pagar una deuda. No hay más nada que eso en su entorno —miró a Sebastian y asintió.

—Bien. Eso es todo. Consigue el guardaespaldas para ella —no quería que la niñera tuviera que pasar la misma situación que Aurora.

***

Elizabeth se encontraba en la puerta del colegio esperando a que Damian saliera. Ella está vez se encontraba preparada para cualquier cosa que le depararía esta tarde. Hoy le enseñaría a hacer postres. 

Damian al verla se emocionó y salió corriendo para escapar de ella. Quería jugar al policía y al ladrón. Elizabeth, al verlo querer cruzar la calle, va hacia él, ya que venía un auto directo hacia el niño. A ella, sin importarle nada, fue a salvarlo, aunque se lastimó en el proceso.

—Dios mío, Damian. Me has asustado tanto —lo toma sienta entre sus piernas, cuando cae sentada al suelo.

—Eso fue tan peligroso. Tuve mucho miedo, mamá… —por los mismos nervios, Damian la abrazó con mucha fuerza y amor.

Elizabeth queda helada, por la manera en como la llamó. Se sorprendió por el abrazo del pequeño y tuvo muchas ganas de llorar. Ella no sabía si fue por el susto, por el dolor que tenía en su pierna o, por decirle, mamá.

Fue un abrazo puro y sincero que se instaló en su corazón.

El chófer los llevó a casa y durante todo el camino, Damian estaba feliz hablando de su colegio. En la mansión todos quedaron conmocionados al verla cojeando y con algunos raspones en sus manos. Gabriella, el ama de llaves, llamó a Noah para que viniera lo antes posible y le informó sobre lo que había pasado con ellos dos. Para Noah, el trayecto fue eterno y probablemente, tendría que pagar algunas multas más adelante, por pasarse unos cuantos semáforos.

Al entrar a la mansión, la sangre se le heló, al ver a su hijo hablando con Elizabeth mientras sonreía. Ella estaba lastimada y su hijo solo la miraba con esos hermosos orbes azules, brillosos, y la misma sonrisa pícara que le daba a su madre. 

Noah tragó grueso al recordar que, a pesar de que Aurora y él tuvieron muchos problemas, en el último viaje familiar, ella fue feliz junto a Damian. Una semana después, perdió la vida por culpa de un conductor borracho. 

Desde ese momento, Damian no volvió a reír. Se convirtió en la versión más fría de él. Cerrado con todo el mundo y abierto solo para su padre, pero las cosas al parecer habían cambiado en dos días.

Hoy Damian sonreía frente a alguien más. 

Su hijo sonreía frente a Elizabeth de manera sincera y con amor.

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