Una vez que Miguel lo soltara, sería mucho más fácil que lo mataran con tantos secuaces.
Al escuchar las palabras de Leopardo, a Ana se le escapó un gran suspiro de alivio.
—Miguel, ¿acaso no has escuchado las palabras del señor Leopardo? Ahora, suéltale inmediatamente y el brazo.
—¿Quién eres? ¿Por