Miguel habló con calma:
—No es para tanto, Maestro. Déjeme tomarle el pulso a su padre.
—Gracias.
Miguel se acercó al anciano, colocando sus dedos sobre su muñeca para sentir su pulso detenidamente. Durante el proceso, fruncía y distendía las cejas.
Después de un rato, Raúl Navarro no pudo conteners