Lucía y Miguel ya se conocían de antes, así que ella le saludó de inmediato.
—Buenos días, señor Rodríguez.
A Mateo nunca le había gustado Miguel y, lo que es más, no creía que fuera capaz de proteger a Mía, así que se limitó a resoplar y no prestarle atención. Miguel puso los ojos en blanco y dijo: