27. Pedidos Inesperados

El golpe en la puerta de mi oficina alerta mis sentidos e intento respirar profundo para levantarme de mi silla y con toda la calma que no tengo en estos instantes, pero que pretendo tener, ir a abrir la puerta. Frente a mi aparece la imagen de Diego, ese hombre rubio de ojos grises y metro ochenta que un día fue mi locura. Él me radiografía de pies a cabeza y yo intento mostrarme completamente indiferente —pasa— digo abriendo un poco más la puerta y cuando él intenta acercarse para saludarme con un beso en la mejilla yo doy un paso hacia atrás.

—Hola Kaie…— dice y

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