Melly.
—Ian... —pronuncio con una sonrisa sonrojada seguramente por el evidente piropo—. Tú no deberías estar allí de pie frente a tu lujoso auto deportivo con esa ropa tan ajustada y esos ojos azules perfectamente...
Muerdo mi lengua cuando me doy cuenta que he caminado hasta él como si su imán me atrajera, y me detengo.
Suspiro. Control, Mellyanna, control.
—Ay vamos, cochina, desvísteme adentro del auto, no afuera.
Admito que río, pero de los nervios. Porque aunque sé que lo dice jugando, hay cierto toque pícaro en sus palabras y en la forma en la que me mira.
—No quiero romperte el corazón, Baker.
Mis palabras se escuchan cuando ya estamos dentro de su auto, y él aunque me ve mientras se pone el cinturón y me analiza, no dice nada.
Hasta con el rostro pensativo me dan unas ganas de tirármele encima.
Dios, no puede ser. Es que esto no se trata solo de lo guapo que es y las ganas que tengo de pasar la raya, sino de la forma en la que late mi corazón mientras lo veo conducir