Cap. 4 Las cazadoras de millonarios

«Hay siempre en el alma humana una pasión por ir a la caza de algo»

Charles Dickens

Freda miraba la revista una y otra vez, todos esos hombres con fotos muy bien puestas, se notaba la clase y se nombraba las cifras de sus fortunas, loables… Intentó visualizarse del brazo de un tal Jeremías Bernard, según decían el sujeto invertía en diamantes y joyas.

«—Querida Freda cuando vi este diamante me dije me recuerda a los ojos de mi Freda.

—Querido, es… ¿No había uno más grande?

—Tienes razón, mereces el diamante más grande del mundo, del porte de nuestro amor…»

Sería tan inusitado… Demasiado bueno para ser real, a cada momento la idea se volvía tentadora, muy interesante y provocativa. Daba vueltas en la terraza y miró hacia la inmensidad de la noche, una bella y preciosa noche salpicada de estrellas y entonces se dio cuenta en ese momento que no tenía opción, su padrino esperaba eso de ella y no podía decirle que no, el tiempo se agotaba… Estaba en aprietos. Entonces llamó al anciano:

—Dime Freda.

—Sé que todo esto es una real locura, no creo que pueda lograrlo, pero se lo debo… Por eso lo voy a intentar, ¿entiende?

—Entiendo…

—Entonces usted dirá que tengo qué hacer.

—Está bien Freda, primero necesito presentarte a las personas que te van a ayudar a preparar.

¿Personas? No sabía que habría más gente metida en todo eso.

—Luego te iré indicando lo que tienes que hacer…

—Confío en usted.

—Y yo en ti linda, confío mucho en ti.

Freda miró el teléfono, no fue tan complicado y, aun así, era solo el primer paso de los tantos que tendría que dar.

Doug fue a visitar a su padre que leía un grueso libro, admiraba a ese viejo, aunque no se lo decía siempre, bueno, siendo sincero casi nunca. Tocó la puerta y Harold alzó la mirada y al ver de quién se trataba la volvió al libro:

—Padre…

—Ajá…

—Se te extraña en la casa…

—Ajá…

—Vuelve, esto… —miró el entorno tan masculino y le dio pavor— No es para ti.

Harold entonces miró a su único hijo, alto, apuesto y… vago, era un vago que no hacía nada por la vida y solo se pasaba en fiestas y eventos sociales… Una idea pasó por su mente y entonces comentó:

—Tú sabes mucho de fiestas, eventos y esas cosas, ¿verdad?

Doug se sentó cerca de él y le dijo con presunción:

—Soy como una biblia del buen vivir.

Asintió pensativo:

—¿Quieres trabajar para mí?

Doug se levantó como espantado y lo miró con horror y exclamó:

—¿Trabajar? ¿En tus empresas?

—No, nunca me haría eso a mí… Ni a mis empresas.

Doug respiró tranquilamente y entonces le preguntó:

—¿Trabajar en qué entonces?

—En un proyecto que tengo, top secret.

El viejo andaba con secretos y recalcó:

—Si dices algo de lo que pienso hacer te desheredo.

Tan serio era el asunto y entonces le aclaró a su padre:

—Padre, no quiero decepcionarte, pero solo sé de la buena vida descomplicada y divertida, no sé de números, solo lo de gastos…

—Por eso quiero tu ayuda.

Comenzó a inquietarse y entonces fue al punto:

—¿Tienes otra mujer?

—No…

—Menos mal, no quiero otra madrastra en mi vida.

—Pero se trata de una mujer…

Eso aumentó el interés de Doug en saber el plan de su padre.

Había dicho que sí y ahora a pensar cómo despuntaría todo, Freda miraba la tarjeta del señor Litman, se veía un señor responsable, lo había sido por todos esos años, supuso que deseaba su bien, se miró ante el espejo: era un poco alta uno setenta, delgada, se alzó la falda, piernas torneadas y sin celulitis, busto: Notable, piel: Lo más posible cuidada que podía y cabello negro lacio hasta la mitad de la espalda, ojos: grises y una boca que pocas veces sonreía. Es que no saber de dónde había salido, ni quienes fueron sus padres siempre la mantuvo seria y cauta, ¿eso le importaría a un millonario? Esperaba que no.

Fue a visitar al señor Litman que terminaba un partido de ajedrez con un anciano renegón.

—Fue un gusto ganarte.

El anciano lanzó una perorata de maldiciones y entonces Litman vio a la joven mirándolo.

—Freda, viniste…

—Deseaba hablar con usted.

—Claro, toma asiento.

Ella lo hizo y él le dijo complacido:

—Me encanta que seas una joven de armas tomar, eso es bueno, siento que no perdí mi tiempo.

—Usted dirá qué tengo que hacer.

El anciano le dio unas llaves y ella las tomó:

—¿Sabes manejar?

—Sí…

—Esas son las llaves de tu auto, anda, date una vuelta y diviértete.

¿Hablaba en serio? Le dio una tarjeta de crédito:

—Cómprate ropa bonita, es un obsequio para ti.

Freda salió con las llaves del auto en sus manos y cuando fue al estacionamiento pulsó el botón de seguridad y un precioso Porsche plateado le dio el saludo. Ella estaba impresionada y entonces se acercó incrédula de lo que pasaba, ¿ese era su auto? Toda una locura, se subió y acomodó su espejuelo y se vio los ojos grises que ahora brillaban de la emoción:

—Espera Freda, espera… No te emociones tanto, esto solo puede ser momentáneo y… —accionó el motor— se siente genial.

Salió riendo por el camino, quitó la cubierta y pudo sentir la fuerza del aire contra su cabello, fue hacia la zona de Apple Valley y deseó gritarles a todos: AHORA SOY UNA DE USTEDES.

Se detuvo frente a una gran tienda de ropa exclusiva y entró con una sonrisa radiante y tarjeta en mano, entonces se detuvo, ¿la tarjeta tendría fondos? Se acercó tímidamente a una de las vendedoras.

—Deseo… Ese bolso, cobre por favor.

La mujer tomó el bolso señalado y lo llevó a la caja, Freda estaba lista para pedir disculpas si esa tarjeta no tenía ni un duro de dinero y…

—Cobrado, ¿solo comprará el bolso?

—¿De cuánto es el cupo de la tarjeta?

—Ilimitado, señorita.

¡Rayos! Era como un sueño y entonces le dijo a la vendedora:

—Quiero algo de ropa y zapatos, lindos.

Atracón de compras, tomó varias fotos de las fundas que llevaba y se colocó un vestido corto de falda vaporosa y salió con los paquetes hacia otra tienda, en donde compró pantalones y bolsos de marca.

Luego se subió al auto sonriendo y se colocó lentes oscuros y manejó por la avenida Apple con una sonrisa.

Arios manejaba su bólido esa mañana, no había deseado escolta, era una mañana en donde deseaba ser él solo, veces manejar lo distraía o aclaraba sus pensamientos cuando lo necesitaba.

La avenida Apple podía ser muy exclusiva y justo cuando se enfilaba para salir de ella, un auto plateado se colocó junto al de él y al mirar a la joven que conducía se dio cuenta de que era ella, la joven de ese día en la tienda, sonrió y tocó el claxon.

Freda giró su rostro y vio al apuesto, Arios Hudson sonreírle e invitarle a una carrera, no podía ignorarlo, eso nunca se lo esperó, sonrió y asintió, entonces despegaron velozmente, el viento alzaba el cabello negro de la joven y parecía no importarle nada ese detalle.

Arios sonreía porque hace tiempo que no se divertía y llegaron a un punto muy lejos de la zona exclusiva y ella se estacionó y él junto a su auto. Arios bajó del auto con una sonrisa de triunfo y le dijo a la joven:

—Podemos decir que fue un empate.

Freda entonces le indicó:

—Creo que te dejé como a un kilómetro atrás, así que la que ganó fui yo.

Una mujer competitiva y entonces se presentó de nuevo:

—Arios Hudson.

—Freda Denis.

Ambos rieron y ella le comentó:

—Cada vez que nos veamos nos vamos a presentar.

—Es para romper el hielo… Freda, es un nombre muy…

—¿Masculino?

—Fuerte, poderoso.

Ella sonrió ante esa descripción de su nombre y él entonces le preguntó:

—¿Dónde te habías metido que no te he vuelto a ver?

¿Qué podía decirle?

—Tuve trabajo que hacer y… ¿Qué tal te va?

—Todo bien… —sonrió a lo tonto— ¿En qué negocio estás?

Cielos, rayos… Contestó lo primero que se le vino:

—Belleza, estoy por poner un "spa" en Apple Valley, algo especial.

—Así que tu negocio es la belleza —la contempló—, apuesto a que sí.

—Sí… ¿Y el tuyo?

—Tonteó con inmobiliarias.

Freda sentía un hueco en el estómago de la emoción y entonces Arios le preguntó:

—Freda, ¿asistirás a la fiesta de los Jóvenes Visionarios? Es un poco aburrido cuando no hay nadie interesante que te haga compañía.

—Tal vez asista, tengo que… consultar mi agenda, pero algo me dice que puedo estar allí.

—Entonces, me encantará poder verte entre la gente.

Su sonrisa era radiante, mejor que en las fotos, sus dientes perfectos y su perfume Eros inundaba el lugar, ella intentaba no parecer una tonta cautivada, se acomodó el cabello al descuido:

—¿Te gusta sentir el viento en tu rostro?

—Sí, es genial.

—No a todas las chicas les gusta.

Freda entonces le respondió al apuesto caballero:

—No soy una mujer como las otras.

Arios sonrió y entonces miró su reloj y chasqueó los labios:

—El tiempo siempre en contra, pero te veo allá.

—Por supuesto.

Lo vio subir a su auto y ella no podía moverse de las emociones que tenía en su interior. Cuando el auto se fue sus piernas se aflojaron y ella cayó sentada en el suelo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo