Con estas palabras mis manos empiezan a temblar, ella está sola.
—Elena, ya voy. —el miedo comienza a recorrer por mi pecho.
Corro hasta mi habitación tomo las llaves de mi auto e inmediatamente salgo del apartamento para ir a su casa.
—Bella—solloza—No aguanto, tengo miedo. Ayúdame.
—Ya voy. —corro escaleras abajo para llegar hasta el estacionamiento. —Elena, llama a una ambulancia…—escucho dos tonos. Se ha caído la llamada—¡Mierda!—Corro hasta mi auto, salgo del estacionamiento directo a la avenida, marco el número de Alan, uno, dos, tres, cuatro tonos.— Alan, contesta.—giro la esquina. Mis manos golpean fuerte el volante cuando encuentro el semáforo en rojo y una pequeña cola.
Elena ha confiado en mí, nos hemos vuelto un poco cercanas, y no la puedo dejar morir o su bebé.
Siempre he sido