La carta que Angélica le entregó a Esther ese martes, fue la peor que ella pudo recibir.
Junto a su siempre esperada respuesta, Angélica le agregó la tarjeta de invitación a su boda.
Esther acostada en su cama boca arriba, con la tarjeta en entre sus manos, la miró sin parar de repetir “ocho de abril de mil novecientos sesenta y siete” en voz baja. Y así pasó más de una hora esa noche, hasta que Tania le gritó que le abriera desde el portón.
Bajó, la hizo pasar y le puso l