El día transcurrió de manera serena, lleno de juegos y risas, y yo vacilaba en alejarme de mi pequeño valiente. Conan era más que simplemente un pariente; él representaba mi fuerza, mi orgullo y mi amor más profundo. Era como si fuera mi hijo de corazón, una parte intrínseca de mí.
— Bueno, tía, me rindo. ¡Tienes más energía que yo! — bromeó Conan, tirándose exhausto al suelo después de una maratón de juegos. Estábamos empapados de la cascada, cubiertos de hojas resultado de risas y giros en el suelo del bosque.
— Ahora, ¿quién es la vieja aquí? ¿Eh? — le di un toque con el hocico, haciéndolo reír.
— Fui suave contigo, no quería que te lastimaras la columna. — bromeó, aun riendo. — Este día fue increíble, tía. Espero que podamos tener más momentos así.
Una punzada de dolor apretó mi pecho mientras observaba a Conan relajado, rodando de un lado a otro en su forma lupina, sereno, único y hermoso.
— Conan? — lo llamé, manteniendo un tono serio. — Sé fuerte para que siempre podamos estar