Rebecca.
—Te dije que no te salvarías de la follada que te voy a dar mi fierecilla. No tientes al tigre sino sabes cómo contenerlo— dijo arrancándome la braga y se hundió en mí de una sola estocada.
—¡Ahh! amor...— gemí por sus fuertes embestidas. —Tu artuconda me partirá en dos, ¡Ahh! —
—¡Por Dios nena! Tu boquita. Esa boquita sucia que me voy a follar a mi antojo, además tú te lo buscaste— dijo Arturo introduciendo con fuerza su duro y grueso miembro, hice una mueca de dolor al sentir la rudeza de la intromisión.
Estaba tan deseosa, tan caliente y excitada que la humedad facilitaba la entrada de su verga y el malestar era reemplazado por las oleadas de placer que me hacía sentir.
Tomó una de mis piernas y la llevó a su hombro haciendo la penetración más profunda