Capítulo 4

De las cosas que podían pasarme en el trayecto, me sucedió la que menos pensaba que podría ocurrirme, un gran chubasco me hizo la visibilidad de la carretera poco práctica, temía que las llantas se derraparan y ocasionaran que me accidentara. Por lo que me vi en la penosa necesidad de estacionarme en la siguiente gasolinera, que para mí buena suerte, estaba al lado de un pequeño restaurante de comida rápida.

—Bien bebé, comeremos algo antes de volver a ponernos en marcha —digo en voz alta tocándome el vientre que aún no está nada abultado—. Mamá te protegerá de cualquier peligro, aunque ese sea tu padre.

Tomo mi bolso y le echo un vistazo rápido a mi billetera, contaba con exactamente 400 dólares, no era mucho pero de algo me servirían, prácticamente eran mis ahorros de cuatro meses, y entre los cuales estaba la renta del departamento en el que vivía, y el dinero de la luz, el agua y mis gastos básicos de la escuela y personales.

Me puse mi chaqueta de cuero sintético, y salí a la tormenta, eran exactamente las tres de la tarde y tenía que estar con Corban a las seis, así que solo esperaba llegar a tiempo, corrí y al llegar a la entrada principal, intenté empujar la puerta de vidrio pero esta estaba cerrada, habiendo colgado un pequeño letrero que decía; CLOSED.

—Mierda —resoplé y toqué con la palma de mi mano al ver a varias personas que no pude distinguir bien, pero que pese a las distancias cortas, el sonido gutural de risas, platicas y música suave, llegó a mis oídos como torbellino.

Pero nadie acudía a mi ayuda y temía que por estar empapada fuera a agarrar un resfriado o peor aún, una jodida pulmonía.

—¡Eh, por favor, necesito pasar! —exclamo llena euforia y temor.

Nadie contestó a mi llamado.

—¡Por favor, solo un momento, necesito el servicio! —hice un segundo intento pero nada, la música incluso se escuchaba más nítida.

Joder.

No podía rendirme, así que seguí tocando la puerta temerosa de que el vidrio se rompiera, hasta que un tipo obeso que tenía pinta de cocinero, lleno de grasa por todo el cuerpo y oliendo a cebollas y especies, salió con el ceño fruncido y una espátula en la mano, con la cual me señaló.

—Este no es un sitio para niñas ¡largo! —su grito me hizo dar un respingo.

—No soy una niña, está lloviendo, solo necesito pasar al baño y comer algo, me iré pronto —mi voz suena delgada y tensa, como un hilo a punto de romperse.

El tipo me observó de pies a cabeza, no fue agradable, porque en sus ojos pude ver la llamarada de la lujuria e instintivamente me agarré el vientre.

—Por favor...

—No es un buen momento, niña, busca posada en otra parte porque este chubasco va para un buen y largo tiempo —hizo un movimiento desdeñoso con la mano—. Ándate a joder a otra parte, zorrita.

Arrugué la nariz al escuchar su insulto, pero lo dejé pasar, no estaba en las circunstancias para darle un buen taco. Por lo que antes de que pudiera cerrar nuevamente la puerta, se lo impedí colocando un pie entre el marco del umbral.

—Por favor, entonces solo permítame pasar al baño —se me encoge la garganta al sentir mi jodida vejiga llena ¿quién dijo que estar embarazada era rosas y flores?

El hombre frunció el ceño.

—Escucha niña, aunque quisiera dejarte pasar, no puedo, aquí adentro están personas arreglando asuntos que no te conciernen, te estoy haciendo un favor, así que...

Cansada de su actitud tan arrogante, saqué todas las fuerzas que me quedaban y terminé empujándolo haciendo que se cayera de bruces, me importaba una reverenda m****a si el papa estaba aquí mismo o Dios, esto era una puta emergencia.

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