9

Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.

—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.

Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.

—Linda —respondió Lily con un susurro.

—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.

—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.

De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.

—¿Trabajas en Craze? —investigó la pelirroja.

—Sí, ¿tú también? —quiso saber Lily.

La pelirroja la miró con tristeza y asintió.

—Soy la costurera —le dijo la pelirroja con muecas tristes y le mostró los dedos llenos de agujeros—. Trabajo directamente con la ropa y los diseñadores.

Lily no entendió muy bien lo que le quería decir, así que solo asintió ante su sinceridad.

—Soy Lily López, soy la nueva asistente de Christopher Rossi —se presentó y estiró su mano para un estrechón.

La costurera de Craze la miró con las cejas en alto, sorprendida por esa presentación tan fresca.

—¿En serio trabajas para Christopher? —le preguntó y, cuando notó que había sido impertinente, se corrigió—. Soy Aldie, la costurera, me verás trabajando en los desfiles o sesiones —se presentó también y apretó la mano de Lily con calidez—. Puedes buscarme si necesitas ayuda. —La miró de pies a cabeza con sutileza—. No me malinterpretes, no lo digo por ti, tienes tu estilo propio, sino, lo digo por ellos. No sabes cómo pueden ser de venenosos.

Lily se rio.

Faltaba poco para que llegaran al piso uno.

—Créeme, Wintour ya me clavó su aguijón —se rio Lily. Aldie la miró con espanto—. Pero tengo piel gruesa, así que tendrá que pincharme unas cuantas veces para que su veneno me haga efecto. —Se rio con soltura.

Aldie se quedó pasmada por su respuesta. No sabía si reír o llorar.

—¿Entonces ya conociste a Wintour? —preguntó y Lily asintió—. No digas que yo te lo dije —cuchicheó a pocos centímetros de su rostro—, pero, ella es la peor de todos. Es la abeja reina. Lo que ella dice, se hace. —Se sacudió cuando un escalofrió la invadió.

Lily la miró con pavor y asintió.

—Tu secreto está a salvo conmigo y gracias por los consejos —Se despidió y se echó a correr apresurada por todo el piso uno.

Aldie se rio y la vio desaparecer por las pobladas calles de la ciudad mientras transportó la nueva carga de Balenciaga hasta su taller.

Lily corrió por el centro de la ciudad, buscando un lugar donde comprar los alimentos que a Christopher se le antojaba comer a esa hora del día.

No tuvo que recorrer mucho. En unos carritos pidió el pan a la semejanza de Rossi y en una pequeña cafetería el café; regresó en menos de quince minutos a su escritorio, pero encontró a su jefe reunido con otro hombre.

Los dos estaban de pie en la oficina, mirando el escritorio y trabajando, de seguro analizando algo para la revista, algo que ella aún no entendía.

Dio un par de golpecitos en la puerta antes de atreverse a entrar a la oficina de su jefe y con seguridad caminó hacia él, triunfante porque había logrado su primera tarea con eficiencia.

Christopher cogió el café sin decir nada y se lo llevó a la boca, esperando encontrar algo erróneo en su pedido y escupírselo en la cara, pero, para su desgracia, de alguna forma misteriosa, su nueva asistente conocía sus más íntimos secretos.

Tras beber el café, el que le resultó perfecto, agarró el sándwich que había solicitado y bajo los curiosos ojos de Lily, lo escarbó por entero. Todo estaba perfecto y tuvo que aceptar que, la muy condenada, había dado en el clavo, pero, como no quería verla triunfante y quería hacerle la vida imposible, lo arrojó al cesto de la basura con rabia y una evidente mueca de repulsión.

Lily abrió grandes ojos al ver su reacción y miró el sándwich con los ojos llenos de lágrimas, enterrado en el fondo de la basura e injustamente. Se contuvo y se armó de valor para seguir de pie allí, mirándolo a la cara con furor.

—López, él es Roux, nuestro fotógrafo —presentó Rossi sin darle tiempo a recuperarse. Sabía que la había lastimado—. Lo verás por aquí seguido. —Miró al fotógrafo—. Roux, ella es López, mi nueva asistente —se rio cruel.

Lily lo miró con fastidio. ¿Acaso buscaba humillarla, hacerla sentir inferior? Se preguntó Lily y se obligó a despegar sus ojos de Rossi para saludar a Roux.

—Mucho gusto, Mademoiselle. —El hombre le sonrió fingidamente.

—Mucho gusto, señor Roux —respondió Lily con un nudo en la garganta. Tras eso, clavó sus ojos en Rossi y le preguntó—: ¿Necesita algo más, señor?

—No, retírate —le ordenó él sin mirarla ni agradecerle.

Lily dejó la oficina y antes de cerrar la puerta, escuchó las risas burlescas de Roux y Rossi.

Por supuesto que volteó para enfrentarlos y ver que les causaba tanta gracia. Ellos se callaron y se miraron cómplices, como dos infantes que hicieron hervir la sangre de Lily.

La asistente se resignó y regresó a su escritorio, sintiendo las pesadas miradas de Roux y Rossi sobre ella y a través de ese cristal que empezaba a detestar.

—Eres cruel, hermano —le dijo Roux y organizó sus fotografías para marcharse.

—Soy realista —respondió Rossi—. No puedo tenerla aquí, es anti-moda, anti-belleza, anti-todo lo que nuestra revista promulga.

—Pues si —se rio Roux y miró a su amigo con curiosidad—. ¿Y cómo pretendes deshacerte de ella?

Christopher Rossi sonrió.

—Le haré la vida imposible —susurró mirándola a través del cristal—. La doblegaré hasta que implore por su renuncia.  

Lily levantó la vista y clavó sus ojos en Christopher. Podía sentir que estaba hablando de ella, mientras la miraba así, despectiva y cruelmente.

No pudo negar que sintió miedo por la forma en que la miraba, pero no iba a permitirle a un ricachón malcriado que le ganara.

Si quería guerra, guerra tendría.

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