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Regresaron a la casa de Lily corriendo, aun con los dulces en las cajas individuales.

El resto de la familia los estaban esperando. El taxi ya estaba allí y se las ingeniaron para viajar todos juntos en un coche y no separarse.

Christopher se llevó a Lily sentada en su regazo, aun cuando Vicky insistió que ella pesaba veinte kilos menos.

Lily nada dijo para defenderse. Christopher notó que era algo habitual hablar de su peso con tanta confianza y la alegría que habían sentido en la confitería se desvaneció por el egoísmo de su hermana.

Lily escogió mirar por la ventana durante todo el viaje. Viajó tiesa, sintiéndose incómoda sobre las piernas del hombre y no podía dejar de repetirse lo que su hermana había dicho sobre su peso.

—¿Quieres cambiar? —preguntó Vicky cuando se vieron atrapados en un atasco vehicular.

Christopher miró a Vicky con los ojos oscurecidos y negó.

—No, gracias —respondió cortante y volvió a fijar sus ojos afuera.

El señor López lo miró por encima de su hombro. Él viajaba al frente y estaba atento a cada cosa que sucedía entre ellos y como se iban hilando situaciones tensas por culpa de Vicky.

Christopher se fijó en Lily. Sus muecas apesadumbradas lo decían todo.

Lily se empequeñeció más cuando entendió lo que Vicky estaba intentando hacer. Quería humillarla frente al único hombre que había mostrado verdadero interés en ella.

—Pero te vas a acalambrar y…

—No me va a pasar nada —refutó Christopher corto de paciencia—. Estamos bien.

Con un brazo agarró a Lily por las caderas y se la sentó sobre su regazo y con la otra mano la cogió por la espalda y la empujó para que se recostara sobre su cuerpo masculino.

Lily estaba tan entumecida que se acurrucó en su pecho con todos los músculos tensos.  

Tenía vergüenza. Se sentía humillada por un estúpido número, por su talla, su peso.

Christopher mantuvo su mano sobre su cadera y rodeó su muslo sin importarle nada. Su otra mano la dejó reposar sobre su rodilla y aunque podría haberle dicho muchas cosas para hacerla sentir mejor, eligió el silencio, porque bien sabía que Vicky se metería en lo que no le incumbía.

Llegaron al hospital tras una larga media hora de viaje.

Christopher ayudó a Lily a bajar y, aunque sí sentía las piernas un poco acalambradas, actuó como si no tuviera pizca de entumecimiento.

Caminó normal, demostrándole a Vicky que podía con los setenta kilos de su hermana sin ningún maldito problema.

Toda la familia se acercó al mostrador. Todos hablaban sin parar, entusiasmados por ver a Romina, la mayor de las hermanas López.

Christopher se quedó un par de pasos atrás, ofreciéndole privacidad a la pequeña familia.

Victoria lo notó, por supuesto, estaba más pendiente de él que de cualquier otra cosa y desaceleró también para quedarse a su lado.

Christopher carraspeó incómodo cuando notó la forzosa situación.

—¿No quieres ver a tu hermana? —le preguntó él para que ella se alejara.

—No, no creas —se rio Vicky y se plantó frente a él para que la mirara a ella y no a su hermana—. Romy siempre hace igual. Necesita que la estén mirando todo el tiempo. Quiere ser el centro de atención. —Rodó los ojos y Christopher se quedó boquiabierto.

No sabía que era peor. Que la muchacha minimizara la grave situación de su hermana mayor o que, en algún punto de su vida, le hubiesen gustado o excitado las mujeres tan frívolas y miserables.

—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó insistente—. Pensaba que podríamos ir a cenar, a bailar, a beber algo. —Lo miró coqueta—. O podríamos ir a tu pent-house y…

—Tengo planes, gracias —respondió cortante.

Vicky se quedó sorprendida por su tono tajante.

—Entonces inclúyeme en ellos —se rio como si no entendiera las indirectas—. Acabo de llegar a la ciudad. Mis amigos están en Miami y…

—Lo siento, llevaré a cenar a tu hermana. Reservación para dos. No, no puedo modificar la reserva. —Respondió a todas sus opciones de forma fría y rápida.

Vicky se largó a reír.

—Pero yo puedo reemplazarla. Además, no es como que Lily necesite cenar —se rio—. De hecho, necesita dejar de hacerlo.

Christopher sonrió y la miró divertido. Ella se burló de su hermana con soltura, creyendo que la mueca divertida de Christopher se debía a su mal chiste.

—No creo que exista una mujer que pueda reemplazar a tu hermana —le dijo cuando las risitas burlescas terminaron—. Mucho menos alguien como tú. —Puso su mano sobre su hombro de forma dura—. Si me disculpas… estaré por allá, lejos de ti.

Se retiró, alejándose un par de pisadas para marcar distancia.

Vicky arrugó el ceño y ofendida se marchó hasta el mesón en el que su familia esperaba.

Sus padres discutían como si no hubiera un mañana y Lily trataba de calmar la situación, haciendo comentarios pacíficos para que dejaran de gritarse.

—¿Qué les pasa ahora? —preguntó Vicky, ofendida por el trato de Chris y trató de entender qué sucedía con sus padres.

Lily se metió entre ellos con valentía y los separó.

—No nos autorizaron a nosotras —le dijo su madre con el orgullo herido—. Solo autorizaron a tu padre y a Lily —añadió dolida y levantó el informe del médico, donde se podía leer y con claridad, las indicaciones del psicólogo.

Vicky abrió grandes ojos y actuó impulsiva cuando cogió el informe para leer mejor.

—¿Es una broma? —se rio mirando a la recepcionista del hospital.

La mujer, cansada del escándalo familiar, negó soltando un suspiro.

—No. Las indicaciones del psicólogo son esas y no podemos…

—¡Pero somos su familia! —gritó Vicky.

—Lo lamento, señorita. Órdenes son órdenes. —La mujer levantó el teléfono para solicitar el apoyo de seguridad.

No quería a esas mujeres gritando como locas en su lugar de trabajo.

Cuando los policías llegaron, escoltaron a la madre de Lily y a Vicky fuera del hospital y el señor López y su hija entraron a la habitación en la que Romina descansaba.

Christopher se quedó en la sala de espera, calmoso y reflexionando sobre lo que había ocurrido.  

Romina dormía profundamente. Lily acomodó los dulces junto a su mesita de noche y rápidamente agarró una hoja limpia para escribirle una nota. Quería que cuando despertara supiera que habían estado allí, con ella y que siempre lo estarían.

Su padre se sentó a su lado y tomó sus manos envueltas en tela quirúrgica con los ojos llorosos. Se rompió completo al saber que, bajo esas telas, estaban sus heridas.

Lily se plantó a su lado y aunque se esforzaron por estar silenciosos, lloraron con mucha agonía por largo rato.

—Le traeré flores —musitó Lily tras recuperarse y buscó en su bolso algunos dólares.

—Tráele un pancito con tocino, esos siempre la ponen de buen humor —sollozó su padre sin soltar su mano.

Lily se rio y asintió y rápidamente salió del cuarto.

Se secó las lágrimas y al fondo del pasillo vio a Christopher conversando con contento con uno de los médicos.

Se quedó perpleja algunos instantes y todo tuvo claridad para ella cuando supo que, ese médico, era el psicólogo de su hermana. Lo reconocía fácil. Las había entendido antes, cuando las crisis de su hermana recién habían comenzado.

Dio pasos hacia ellos sin saber que estaba caminando. Sentía que flotaba mientras deducía la situación y aceptaba que, todo había sido obra de Christopher.

Él la vio acercándose y le sonrió desde su lugar.

El editor en jefe de Craze se despidió de su antiguo compañero de secundaria y Lily se sintió en confianza cómo para acercarse.

—Usted lo llamó —especuló sin poder mirarlo.

Era un mar de emociones.

—Un pequeño gesto para cuidar tu corazón —susurró él y ella levantó la vista para mirarlo.

Fueron apenas dos segundos en los que pudo sostenerle la mirada. Encontró que el azul de sus ojos era menos frío y se echó a llorar con desconsuelo y sin aviso previo se arrojó a sus brazos para hallar alivio.

Christopher apenas alcanzó a reaccionar cuando la tuvo encima. Podía apostar que era su primer abrazo sincero y aunque era pésimo para corresponder cualquier gesto cariñoso, a ella pudo abrazarla sin miedo.

Porque bien sabía que ese no era el último abrazo, sino, el primero de muchos.

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