Capítulo 3.

Capítulo 3.

Spanish Girl.

(Aidan).

Acababa de terminar de trabajar, como cada día, el tráfico en la hora punta es algo horrible, y siempre me tocaba a mí estar hasta que se iba el sol, en una de las zonas más visitadas de la ciudad, dirigiendo el tráfico.

Miré la hora en mi teléfono móvil, dándome cuenta de que tenía como diez llamadas perdidas de la pesada de Mina, mi madre adoptiva, la única que me dio un hogar cuando mi padre nos abandonó a nuestra suerte. Seguro que quería que le llevase más pasta para gastarla en drogas. Estaba tan harto de lidiar con aquella situación, y ni siquiera podía apoyarme en alguien, pues yo mismo alejé a todas las personas que una vez fueron importantes en mi vida, de mi lado.

Por supuesto, Anna no había contestado a ninguno de mis mensajes, seguía ignorándome por completo, no quería saber nada de mí, de mi dinero, o estaba si quiera dispuesta a dejar que nuestro hijo me conociese, a pesar de que yo tenía derechos como padre, ella nunca me dejaría ejercerlos.

No tenía derechos, a quién quería engañar, ¿cómo podía tener derechos siquiera después de todo el daño que le hice? No era más que un cabrón egoísta, y todo lo que había sucedido fue algo que yo mismo me busqué con mis decisiones de m****a.

Levanté la vista, cabreado, sintiendo el rugido de mi estómago, a causa del triste bocadillo que me había tomado a la hora de la merienda, vislumbrando algo que me sacó de mis pensamientos, algo que jamás pensé ver en un lugar como este.

Era una joven, no tendría más de 25 años, lucía despreocupada, sacándose fotos aquí y allá, con el cabello rizado, morena, con unos preciosos ojos grises que me cautivaron en cuanto me miraron, más tarde. Ella rio a carcajadas, justo después de ver el resultado de su última foto, y yo me fijé en ese angelical sonido, tenía una voz preciosa, podía notarlo.

La seguí, desde la otra acerca, cruzando con cuidado, posicionándome justo detrás, y la seguí, deteniéndome justo a su lado, en el paso de peatones, esperando a que el semáforo se pusiese en verde.

¿A dónde iba? ¿Por qué cojones no volvía a casa? ¿Qué estaba ocurriendo conmigo?

El semáforo se puso en verde y ambos caminamos hacia nuestros destinos, pero entonces me fijé que se dirigía hacia el puerto, y aquello me preocupó, ya que no hay lugar más peligroso en estos días, a causa de los robos recientes que se habían denunciado en comisaria.

  • Disculpe – la llamé, sin siquiera darme cuenta de ello – es peligroso andar por esta zona tan tarde. Después de los últimos robos, por esta zona…

  • No le entiendo – Mintió – Soy extranjera.

La seguí, quería explicarle la situación antes de marcharme, eso era todo.

  • ¿Eres un acosador?

  • Un policía. Es peligroso estar aquí.

  • Sólo quiero ver las estrellas – insistió, mirando hacia el cielo.

  • Es peligroso estar aquí – Repetí, más que tentado a largarme – No es seguro para una mujer, estar aquí sola.

  • No estoy sola. Usted está conmigo, no estoy sola.

  • Justo acabo de terminar mi turno – Le informé, intentando que se diese cuenta de que estaba cansado, tan sólo quería volver a casa – Así que… ¿piensa quedarse aquí por mucho tiempo?

  • Yo solo… - Comenzó, pero se detuvo tan pronto como el ruido de los gatos en los contenedores cercanos se hizo partícipe. La joven se agarró a mi abrazo, asustada.

  • Probablemente sólo sea un gato – Le dije, mirando hacia el punto en el que se aferraba a mí, haciendo que esta se diese cuenta de ello, y me soltase con prisas – los marineros suelen tirar los restos de pescado a esos contenedores, así que ellos suelen venir por aquí a menudo – Expliqué, para luego mirar hacia el cielo, fijándome en cada una de esas estrellas, hacía mucho que no me detenía a mirarlas. Pensé entonces en ella, en lo divertida que me parecía la situación – debe ser la única turista de la ciudad que adore tanto las estrellas. Los extranjeros suelen venir a ver la ciudad, a hacer turismo, las estrellas… supongo que son iguales en todas partes.

  • No son iguales en todas partes – ladeé la cabeza para observarla - En Madrid, por ejemplo, no puedo ver ni una sola estrella a causa de la contaminación luminista, en Santander sí que puedo verlas, pero no son iguales que las que veo desde aquí ahora.

  • Española – Reconocí – irlandés – me señalé – Soy Aidan.

  • Yo Marina – contestó, subiendo la mano para que la estrechase, así que lo hice. Ambos nos observamos, sonriéndonos levemente, fijándonos en cada detalle del otro.

Bajó la mano con rapidez, y yo no dije nada más, tan sólo miré hacia las estrellas, ambos lo hacíamos.

Éramos dos desconocidos, despreocupados, admirando la inmensidad del cielo estrellado. Y eso me pareció de lo más irreal, jamás había hecho algo así, con anterioridad.

  • ¿Ha visto la ciudad? – pregunté, algo cansado de la posición en la que mantenía mi cuello – ¿ha estado en el cine de verano? – quise saber, al recordar que justo era la noche en la que estrenaban una de las películas favoritas de mi hermano pequeño, ese con el que no me hablaba.

  • Hice un poco de turismo, pero no he visto ese cine del que me habla.

  • Es agradable, el cine. Está al aire libre, bajo un cielo de estrellas, y justo esta noche estrenaban “mujercitas” Si quieres, puedo-

Aquel comentario había estado de más, ¿verdad?

Pero … ¿Cómo se me ocurría decir algo como aquello?

  • Me pongo en sus manos, señor agente – bromeó, haciendo que volviese a olvidarme de todo, tan sólo importaba ella, y esa sonrisa que le quitaba importancia a todo lo demás.

Compré las entradas en la taquilla, ante Nora, que me miró con interés, yo no solía aparecer por allí, y menos con una chica. Le hice una señal con la mano, para que entrase en el recinto, y ella admiró asombrada las filas de butacas de metal, unas pegadas a otras, frente a la gran pantalla, la película había empezado, así que todo estaba a oscuras. Ella fue tan amable de sacar su teléfono móvil, poner la linterna y alumbrar el suelo, para no despeñarnos.

Hizo el amago de sentarse en un hueco, en la tercera fila, pues ya sólo quedaban esos asientos libres, pero yo tenía unos mejores. Agarré su mano, sin previo aviso, haciendo que ella se sorprendiese, y se fijase en mí, señalé hacia la parte de arriba, y tiré de ella hacia las escaleras del lateral, subiendo, divertido, hasta haber llegado al palco, una pequeña terraza, donde había unas cuantas filas más de butacas de metal, sólo reservada para los más avispados.

Por supuesto, mi hermano estaba allí, aunque me ignoró, como de costumbre.

Me senté en la segunda fila, y ella a mi lado, dejando un hueco libre entre mi hermano y ella, para luego mirar asombrada las vistas. La pantalla podía verse en todo su esplendor allí arriba, al igual que las estrellas.

Señalé hacia arriba, y ella sonrió, mientras yo soltaba su mano, y me ponía cómodo, sacando el paquete de cigarrillos de la chaqueta.

  • No fumes – me dijo, entre susurros, casi tan cerca de mi oído, que me puso los pelos de punta, incluso hizo que se me cayese el cigarro al suelo, y perdiese la noción del tiempo. Hacía mucho que no iba a una cita con una chica, aunque aquello tampoco es que pudiese llamarse cita, ¿no es cierto? - ¿Te he asustado? – se percató, asentí, y ella rompió a carcajadas, haciendo que mi hermano y su amigo se percatasen de nuestra presencia.

Ni siquiera me detuve a mirar sus rostros, sabía que estarían sorprendidos, pero me daba igual. Tan sólo podía mirarla a ella. Su risa era increíble.

Ella era distinta a cualquier otra chica que hubiese conocido con anterioridad, quizás era porque era extranjera, quizás las chicas españolas fuesen todas así.

  • ¿Has venido sola? – pregunté, lo suficientemente bajo como para que sólo ella me escuchase. Asintió, sin decir nada, volviendo a poner atención a la película.

  • Quería desconectar – me dijo, volviendo a mirarme, dándose cuenta entonces de que el resto no me quitaba ojo - ¿eres muy conocido aquí? – bajé la cabeza, sin saber qué responder. No podía decirle la verdad, por una vez quería ser yo mismo, sin ser juzgado por el pasado – Deberíamos ir a otro lugar – dijo de pronto, levanté la cabeza y la miré, sin comprender, ya se había puesto en pie, y levantaba la mano, para que la cogiese. Me levanté, y cogí su mano, ella sonrió, y juntos volvimos a caminar hacia abajo – Llévame a un bar irlandés, siempre he querido ir a uno – pidió, justo cuando llegamos a la planta inferior, sonriéndome. Le devolví la sonrisa, y la seguí hasta la salida, pasando por el pasillo del lateral, haciendo que alguien que estaba sentada en esa zona se percatase de que era yo, y que sonreía con una mujer.

La llevé al Sinéad, pues no quería llevarla al típico bar lleno de borrachos, quizás ese lugar más moderno, con música y gente bailando, le gustaría más, quizás… Pero no me pareció tan buena idea cuando ella, con cerveza en mano, tiró de mi hacia la pista.

¡Joder! Yo era un puto ganso mareado bailando.

  • No sé bailar – me atreví a decirle, después de que ella hubiese intentando hacerme bailar, tirando de mis brazos varias veces. Sonrió, en calma, quitándole importancia al asunto.

  • Improvisa – pidió, quitándome la cerveza, dejándola en el borde de una mesa, para luego apoyar su antebrazo derecho en mi hombro, mirando hacia un lado, comenzando a mover sus caderas, divertida – mueve las caderas y déjate llevar.

Y lo hice, al menos lo intenté, agarré su mano libre y comencé a dejarme llevar por la canción, despacio, pero todo se fue a la m****a tan pronto como la canción cambió y empezó otra más movidita. Ella bajó la otra mano, y yo bailé de esa forma tan rara que sabía, haciendo que ella se echase hacia atrás, observándome, sin apartar su mano de la mía aún, rompiendo a reír, tan pronto como moví los pies hacia un lado.

Sonreí, divertido, y seguí bailando, haciendo el ganso, haciendo que la gente me mirase con vergüenza ajena, ella por el contrario no lo hizo.

  • ¿Qué estás haciendo? – me dijo, de pronto. Me detuve, haciendo movimientos más lentos, agarrándola e la cintura con mi mano libre, atrayéndola hasta mí antes de responderle.

  • Te dije que no sabía bailar – me quejé.

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