Cuando se acercaron a la cabaña, Susie soltó una maldición, Duncan siguió su mirada y observo lo que sucedía. Pero no podía moverse, antes de darse cuenta sus mejillas estaban empapadas. Su Jessie se retorcía mientras el látigo le daba una y otra vez.
Susie detuvo el auto junto a los postes y abrió la puerta de Duncan, aunque no lo bajaron.