LA TIERRA DE LAS BESTIAS PERDIDAS segunda parte

Lupercus despertó al día siguiente, en la mañana, sobre las desiertas arenas costeras al sur del Gran Lago, que colindaban con la insondable Gran Jungla de Kush, unas tierras inescrutables habitadas por fieros nativos de piel negra, algunos de ellos caníbales, así como toda clase de bestias feroces.

 Tras proporcionarse algo de alimento y agua mediante cocos y frutas y hacerse una choza, esperó…

 Los días pasaron y después de semanas de ver el horizonte azul sin que pasara ningún barco, se percató de que no sería rescatado pronto en esa tan escasamente transitada ruta marítima. Decidió internarse en la selva donde, con suerte, podría encontrar una tribu amistosa o, al menos, una muerte más rápida.

 Caminó y caminó durante mucho tiempo, recorriendo las extensas inmediaciones selváticas sin ver a otro ser humano

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