Luego de aquella pelea, Guillermo había cambiado. Tenía varios días siendo todo un caballero, como en los días en los que lo había conocido. Volvía temprano del trabajo, y siempre me traía algún regalo; flores, chocolates, incluso un pequeño osito de peluche muy tierno.
No volvió a quejarse por la comida, de hecho, parecía comerse a gusto todo lo que le hacía, aunque cada vez que ponía el plato en la mesa, una parte de mí se sentía aterrada de que el estruendo, los gritos y la losa rota se escucharan por la casa.
En las tardes cuando él no estaba, pude volver a salir de nuevo. Había comenzado a hacer algunas amistades en el edificio donde vivía, incluso saludaba con más frecuencia a la señora que me había encontrado aquella vez en el supermercado; no era tan mala después de todo, me recordaba a mi madre, y eso me hac&