Esposa virgen del heredero frío
Esposa virgen del heredero frío
Por: Kamila Nuñez
Capítulo1
Hotel Emperador.

Suite Presidencial.

La habitación estaba impregnada de un olor nauseabundo, como el rastro de un encuentro íntimo.

Laura Pérez observó a las dos personas abrazadas, y una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.

Apretó los puños, recordando que se casaría al día siguiente y que tenía que llevarle un traje a Carlos Martínez. Hasta ese momento, seguía atrapada en una mentira.

¡Qué desperdicio de cinco años de juventud!

—Hermana, Carlos y yo nos amamos de verdad. Por favor, haznos ese favor —dijo Sofía Pérez, con lágrimas rodando por su pálido rostro y sus manos aferrándose fuertemente al cuello del hombre.

El sujeto frunció el ceño ligeramente y abrazó más fuerte a la mujer, como si temiera que sufriera algún daño.

A continuación, levantó su mano larga y delgada, y acarició suavemente la espalda de Sofía.

—Sofía, te lo he dicho muchas veces, tú eres la persona a la que amo. ¿Por qué le pides algo así? —dijo, tras suspirar, con su suave voz cargada de ternura y de resignación.

Las palabras del hombre apuñalaron el corazón de Laura como cuchillos afilados.

—Bien, los dejo ser —repuso Laura, indiferente, con una ligera sonrisa.

Al escuchar esto, Sofía se sorprendió por un momento, levantó la cabeza y miró a Laura, triunfante, desafiándola con la mirada.

«Mi querida hermana, ¡he seducido al hombre que has amado durante cinco años!», pensó.

Laura inhaló profundamente y se esforzó por contener su furia, intentando calmarse. Pero Sofía parecía no estar satisfecha y continuó hablando débilmente:

—Hermana, mañana es el día de mi boda con Carlos, asegúrate de venir, ¿de acuerdo?

«Ve al hombre que has amado durante los últimos cinco años, debe ser doloroso para ti», pensó Sofía, riéndose para sus adentros.

Laura miró a Sofía con incredulidad, ¿cómo podía ser tan descarada?

Sofía suspiró, aparentando estar herida.

—Hermana, Carlos y yo necesitamos tu bendición. Estoy segura de que nos las darás; después de todo, soy tu hermana.

—Bien —murmuró Laura y, reprimiendo el impulso de lastimar a Sofía, se dio la vuelta con dificultad y salió de la habitación a toda velocidad, desaliñada y desesperada.

Había creído ser capaz de contener las lágrimas, pero estas no obedecieron y ahora fluían sin control.

El sabor amargo acentuaba la acritud de su corazón.

El hombre al que había amado por tanto tiempo no era más que un canalla.

Corría frenéticamente, como si solo de esa manera pudiera liberar el dolor de su corazón.

Sin embargo, en un momento dado, un agudo sonido de frenos resonó, al mismo tiempo que un lujoso SUV negro se detenía frente a ella.

Laura dio un brinco del susto y su rostro palideció, en un abrir y cerrar de ojos, antes de desplomarse.

El conductor, Alejandro González, bajó rápidamente y corrió hacia la mujer que yacía en el suelo.

—Joven, alguien se ha desmayado —dijo, dirigiéndose al hombre que se encontraba en el interior del automóvil, con el nerviosismo grabado en el rostro.

—Llévala al hospital. —Una voz profunda y fría resonó perezosamente, con un toque de indiferencia.

Alejandro rápidamente llevó a la mujer al asiento del copiloto y condujo hacia el hospital del Grupo Morales.

Cuando Laura se despertó, olió el penetrante aroma a desinfectante. Automáticamente, abrió los ojos y se vio invadida para el desconcierto.

—¿Qué hago en el hospital? ¿Cómo llegué aquí? —murmuró Laura con sorpresa, al recobrar la conciencia.

Al escuchar su voz, el hombre de pie junto a la ventana se volvió, y dijo con frialdad:

—Fuiste atropellada por mi coche, por eso estás en el hospital.

Laura no pudo evitar sonreír.

¿Traicionada por un canalla y luego atropellada por un coche? ¿Estaba siendo castigada? ¿Por qué tenía tanta mala suerte?

—Ya que fuiste tú quien me atropelló accidentalmente, ¿vas a pagar los daños? —preguntó, con indiferencia.

—¿Pagar los daños?

Diego García se acercó a la cama de Laura, con una expresión fría.

Laura giró la cabeza sorprendida y miró al refinado hombre frente a ella, quedándose tan absorta en su belleza que hasta olvidó respirar.
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