Encendí la tetera eléctrica.
—¿Quieres un poco de té dulce?
—Sí, por favor. Si no te molesta.
—¿Te gusta?
Por un momento, nuestras miradas se encontraron y se entrelazaron. Sus labios se separaron un poco, y podría jurar que el aire chisporroteaba de energía estática, como si hubiéramos pasado por u