—¿Un maldito beso y la promesa de que cambiará te bastó para que lo aceptaras otra vez? —miré por el reflejo del espejo a Adam, quien pasó ambas manos por su rostro y se dejó caer de espaldas a mi cama.
Maquillé mis pestañas con un rímel de color azul y luego recogí mi cabello en una coleta alta. No podía negarle que estuviera tan molesto. Yo misma me sentía estúpida por haber caído rendida a sus encantos otra vez, después de ese caliente beso que me había dado en el estacionamiento de McDonald. Era débil, pero ahora podía admitir que había comenzado a amarle y el amor muchas veces nos vuelve débiles... y lamentablemente también estúpidos.
—Prometo que cambiaré, y que buscaré la manera para que esto funcione a pesar de todo —fue lo que me dijo, cuando logró liberarme. Y ahí me encontraba yo, asintiendo como la más idiota enamorada.
—Sabes que te quiero, Adam. Pero eso es bronca mía —le dije, girándome en la silla hac