—No, Cristóbal. No puedo casarme contigo, no ahora.
Borre mi sonrisa y baje la cajita de terciopelo que tenía en mi mano. Así como el diamante del anillo brillaba, sus ojos también lo hicieron y me confundí. Era esa clase de brillo que demuestra felicidad y sus palabras demostraban lo contrario.
—¿Por qué? ¿Ya no me amas?
Mis palabras se escucharon tan quebradas que ella se arrodillo frente a mí y tomo mi rostro en sus manos. Con sus rodillas aplastó el camino de pétalos de rosas que había hecho. Las luces de las velas parpadearon y ella examino mis ojos.
—Ciertamente, te amo.