En Juego
En Juego
Por: Paola Arias
Fantasma

Nota:

Libro 1: Perdición

Libro 2: En Juego 

***

"Vas a arrepentirte de lo mucho que me hiciste sufrir, y cuando lo hagas, estarás bajo mis pies, derramando lágrimas de sangre…”

Desperté sudoroso y agitado una vez más, deseando sacar su recuerdo de mi mente, pero entre más pasan los años, ella crece en mis memorias y en mi corazón. Han pasado quince años desde la última vez en que la vi, jurando vengarse de mí con lágrimas en sus bellos ojos azules.

No hay segundo del día que no piense en ella, en esa manera tan deliberada en que me amaba y me envolvía en sus tiernas redes. Tenía claro que solo se trataba de una movida que me llevaría a cumplir mi objetivo y desestimé su gran poder.

No supe en qué momento me enamoré de ella, que cumplir con mi venganza se estaba convirtiendo en mi más grande infierno. Una pequeña parte de mí, esa que guardaba sentimientos muy humanos, no quería verla sufrir por mi propia culpa, pero debía cumplir con lo que una vez le prometí a mi padre o no podría tener paz alguna. Juré en su tumba vengar su muerte, más no contaba con que el amor tocaría mi corazón de una manera arrasadora y mortal. 

Debía desatar a como diera lugar esos sentimientos que me sometían a ella y no me permitían avanzar con mi propósito, pero amarla se sentía estar en lo más alto del jodido cielo. Cada que me perdía en sus adentros, olvidaba para lo que la estaba utilizando. Olvidaba que ella me llevaría al hombre que le quitó la vida a mi padre con sus besos y el delicado roce de su piel.

Incluso quise dejar de lado mi venganza y amarla sin reparo alguno, pero no podía soportar fallarle a mi padre. Ya le había dado mi palabra y, como su sucesor, mi único deber era seguir sus pasos y vengarlo justo como se lo había prometido frente a su tumba. Mi odio superaba el amor que sentía por ella, por lo que me dejé llenar de el y acabé muy lentamente con el culpable, sin importarme lo mucho que destrozaría la vida de mi hermosa florecita.

Violetta era una chica dulce, inocente y llena de bondad. Ni siquiera daba la impresión de ser hija de uno de los narcotraficantes más importantes de Italia, porque sencillamente odiaba ese mundo en el que nació. Ella era la más pura de las rosas cuando llegó a mis brazos y yo mismo me encargué de desojar cada uno de sus pétalos. Aunque odiaba el poder, la sangre y lo infeliz que se es en el bajo mundo, ella amaba a sus padres con todo su ser. ¿Y quién no ama a sus padres, a pesar de que no sean los mejores? Ella no era la excepción, adoraba a su padre más que a nada en esta vida.

No puedo culparla, después de todo, yo también sentí esa necesidad de venganza y de odio correr en mis adentros como fuego, pero hubiera preferido la muerte en sus tiernos toques, que no volver a verla. No solo la destruí a ella, sino a mí mismo, pues la amaba con la misma intensidad en que odiaba a su padre.

Me levanté de la cama y me adentré en la ducha. Necesitaba calmar la ansiedad que corría por mi piel con un baño helado. Estaba acostumbrado a despertar en medio de la noche, recordar centímetro a centímetro de su piel, añorarla una vez más bajo mis manos y desear tenerla entre mis brazos cansada y con su hermoso cabello revuelto, pero no puedo acostumbrarme a estar sin su presencia. Cada día vivo en la condena que su ausencia me dejó.

Por más que la he buscado, es como si la tierra se la hubiese tragado. Han sido años en los que no he descansado ni un solo segundo, pero ella no quiere que la encuentre, por eso se esconde tan bien de mí. Daría todo lo que tengo por verla una sola vez, saber que se encuentra bien, que al menos ha sido feliz sin mí y que ha logrado todo lo que soñaba y un día me contó.

En mi único intento de olvidarla, me refugié en una mujer muy parecida a ella. Su mirada, la pureza de su ser, un dolor casi similar. En Samantha vi a mi Violetta, la bella flor que había destruido y el deseo de recoger sus pedazos y unirlos me rebasó, pero Samantha nunca pudo corresponderme de la misma forma. Ahora que está casada con un buen hombre y le dio la vida luego de permanecer tantos años marchita, me doy cuenta de que solo se trataba de un capricho, de la necesidad de enmendar mi error a toda costa en la mujer equivocada.

Quiero saber de mi florecita, aunque sea una última vez. No importa si casó, si tiene muchos hijos y si es feliz junto a otro hombre que no soy yo. No quisiera rendirme, pero entre más pasa el tiempo y no hay ningún rastro de ella, las ganas de seguir viviendo se van de mi ser. Esta vida no tiene sentido sin su amor.

Una vez mi cuerpo se enfrió lo suficiente, salí del baño y de mi habitación con solo una toallas rodeando mi cadera. El frío erizaba mis vellos, pero no podía sentirlo calar en mi piel y mis huesos.

Entré al cuarto de cámaras y me senté por horas allí, viendo grabaciones de diferentes lugares que mis hombres recopilaron en el día mientras mis pulmones se infestaban de nicotina. Este es mi día a día; vivir encerrado en esta casa, tratando de encontrar a la única mujer que he amado en mi vida mientras la muerte me llega.

«Ni siquiera la muerte me daría el placer que tanto ansío sentir en ella».

No hay nada más patético en este puto mundo que un hombre derramando lágrimas por el fantasma de un pasado, anhelando desde lo más profundo del corazón encontrar esa mujer que un día prometió verlas.

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