— ¡¿Cómo pudieron?! ¡Los odio! — gritó el pequeño pecoso y corrió hasta desaparecer por el pasillo de paredes grises de aquel orfanato.
— Gracias, señor Owen’s, por traer al muchacho — dice la directora de ese orfanato fuera de la ciudad y a un lado de ella una mujer que debe de ser la secretaria, Raúl solo asiente y sale sin ninguna expresión en el rostro afuera del establecimiento.
— Con permiso — asiente abriendo la puerta y salgo tras de él sin decir nada entramos al mercedes Benz negro.
Arranca el motor del auto, estamos sumergidos en un incómodo silencio.
— Sigo sin entender tu odio hacia los niños — susurro y el rubio a mi lado frena el auto de repente — ¿Por qué lo ilusionaste? — lo miro preguntándole y solo agacha la cabeza con