El valle de las rosas
El valle de las rosas
Por: Amanda Castillo
Prólogo

El pasillo en ese momento no se veía como todos los días en la escuela, ahora mismo solo lucia como un feo cuento de terror, como animales al matadero o carne desfilando por la correa directo al carnicero y luego al mejor postor. La luna brillaba gigante casi irreal en el cielo, alumbraba las rosas con su luz tenue y tenebrosa, el andar de los tacones era parte de lo único que se escuchaba realmente fuera de la música que se abría camino, mientras más cerca se encontraban del patio.

Luz, sombra, luz, sombra, intercalándose una tras otra como si de flashbacks se trataran, pues las columnas antiguas se interponían entre la luz del asteroide en lo que ellas seguían caminando en fila, sin detenerse, sin preocuparse, como si fueran un pequeño ejército de soldados a cuerda yendo entre la ligera niebla de la temporada, con sus rojos vestidos de gala.

El olor a campo se empezaba a sentir, el dulce aroma a pasto y a perfume de rosas que adornaba la fría y húmeda noche, las velas en candelabros, que las guiaban, la alfombra roja que solo se podía ver de lejos, la escamosa ansiedad que las recorría, la necesidad de morderse las uñas sin importar el manicura al que habían sido sometidas horas antes. Solo podían guiarse por las espaldas que iban delante de cada una, entonces ya era hora, se detuvieron frente a la infinita espera de lo inesperado, podría ser tanto una victoria, como también el dulce fracaso al que secretamente muchas estaban esperando.

Era su turno, la música se escuchaba viva en sus oídos, los nervios, el temblar que intentaba disimular para no aparentar lo asustada que estaba en ese momento. Apretó parte de su vestido en sus puños remangándoselo para poder subir la escalera, la luz era tan fuerte y tan densa que no se podían ver más que las siluetas de una elegante decoración, mesas abarrotadas de personas que no estaban aplaudiendo como al inicio de todo aquello o el bullicio por las anteriores a ellas, la puja que se debatía desde el principio. Cada peldaño era más difícil que el otro ¿a qué le temía? ¿Al rechazo? Se detuvo justo en medio de la tarima con un reflector apuntando justo a ella y un silencio que se encontraba lejos de ser bienvenido. Megara trago en seco, y metió un flequillo de cabello tras su oreja, resintiendo mentalmente haber elegido mal los zapatos de esa noche.

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