Belén se inclinó para ver la herida de Daniel. Algunos mechones de su pelo cayeron hacia delante y le rozaron la frente. Tocó la herida de manera suave, haciéndole sentir apenas una picazón y su corazón se aceleró.
Por alguna razón, Daniel estaba confundido y tragó saliva con fuerza. Sin embargo, ella siguió sentada encima de él sin darse cuenta de nada. Era el tipo de sensación torturadora que solo un hombre podía entender.
— Belén — dijo en voz baja, porque ya no aguantaba ni un segundo más.
Ella le estaba subiendo la manga cuando lo escuchó, y por instinto, levantó la vista. Hubiera sido mejor que no lo hiciera, ya que, cuando lo hizo, la punta de su nariz rozó el tabique de Daniel.
Con sus narices tocándose, sus miradas se encontraron, sus respiraciones se mezclaron y el ambiente se volvió íntimo.
A Belén se le escapó un grito de sorpresa. Al final, se dio cuenta de que estaba en una situación muy comprometida.
Sus orejas y su cuello se enrojecieron mientras movía la cabeza