─Por dios, Verónica, ¿de dónde sacas que tengo tus notas? ─agarra la mano con que aprieto su mandíbula.
─Bárbara, son las... ─alzo su mano para mirar el lujoso reloj de pulso que lleva ─, cuatro de la tarde, casi 5. Si a las en punto no me dices nada olvídate de la cena.
Tiro la puerta y la clavo contra ella, no sé de dónde saco tanta fuerza bruta para reducirla, puede que demasiada frustración acumulada ayude, a pesar de tener un día de dicha no consigo controlar mi ira cada vez que recuerdo las putadas que me han hecho padecer los últimos días. Depresión, ira, confusión y remordimiento, ¿hasta dónde van a llegar?
«¡Me cansé!»
─Habla de una puta vez ─ahora la agarro del cuello, sus rasgados ojos se cierran del pánico y con sus manos intenta alejar las mías ─. ¡dilo ya!
Le arranco los lentes y los reviento contra la pared.
─Son nuevos. Verónica basta ya, te juro que no tengo idea de dónde tienen tus notas.
─Bárbara, no hables de mis notas, hablemos de lo que tenemos en común ─sé lo psi