La luna brilla intensamente sobre el campamento de los Blackwood, iluminando los rostros tensos de mis guerreros, que se preparan para la batalla. Sin embargo, en mi corazón solo hay confusión y dolor. El ultimátum de Elijah resuena en mi mente como un eco incesante. Estoy atrapado entre dos mundos: mi manada, a quienes debo proteger, y Scarlett, a quien no puedo permitir que sufra.
Me encuentro en la cima de una colina, mirando hacia el bosque que oculta la fortaleza de Elijah. La imagen de Scarlett, atrapada y debilitada, pesa sobre mi pecho como un ladrillo. La idea de perderla es un abismo del cual no puedo regresar. Pero me pregunto: ¿qué pasará con mi clan si decido arriesgarlo todo para salvarla? La voz de mi razón grita que debo priorizar a la manada, que su seguridad es lo que importa. Sin embargo, el grito de mi corazón es aún más fuerte; ella es más que una simple persona para mí; es mi compañera, mi otra mitad.
Mis guerreros se agrupan a mi alreded