La llevé en mis brazos a la cama, donde nos acostamos frente a frente, nuestros cuerpos enredados. Su confianza y sus sacrificios merecían algo más que besos, y se me ocurrió que tal vez era momento de abrirme más a ella. Al fin y al cabo, siempre había querido explicarle, en la medida de lo posible, la situación que aún me obligaba a mantener nuestro amor en secreto.
—Mi posición en la manada depende de lo que ocurra este verano —dije, atento a sus reacciones para saber si le importaba lo que pudiera contarle.
—¿De tu desempeño en la ofensiva? —inquirió de inmediato, muy seria.
Rocé su nariz al asentir, y frunció el ceño cuando sus dedos se alzaron a rozar mis labios contraídos. Aguardó en silencio que continuara, con evidente interés.
—Propuse un plan arriesgado —expliqué—. Uno que nadie nunca se atrevió a poner en práctica. Si saliera medianamente bien, nos expandiremos para que el Valle quede definitivamente protegido. Si tuviera éxito, podría invertir las tornas de la guerra. Nos