El dolor de la herida comenzó a empeorar. El agarre del mayor sobre la herida, parecía no ayudar a evitar la sangre. Aun cuando Esteban y Pedro intentaron brindar primeros auxilios, la sugerencia de abandonar el lugar fue tomada de inmediato.
–Esteban –alcanzó rápidamente las llaves que estaban en su bolsillo–. Llévanos de vuelta al hotel. En mi habitación tengo lo necesario para tratar la herida –entrego las llaves.
–Señor Marco, tenemos que llevarlo a un hospital –ayudo a que se levantara, apoyándolo al hombro.
–¡No! –grito deprisa, asustando a Mariana y a Pedro, dándole espacio para transitar–. No es necesario. Sin hospitales por favor. Has lo que te he dicho.
Sin opción a discutirlo, Esteban asentó con la cabeza, caminando ambos hasta la salida, acompañados de la joven quien hablaba, o mejor dicho gritaba al dueño del sitio, sobre la inseguridad y la posible denuncia que pondría para clausurarlo. Pedro no pudo evitar sentirse asustado ante una mala reputación que podía tener el