La niña de nueve años se encontraba en un lugar cerrado, una pequeña habitación de unos cuantos metros cuadrados.
El aire era pesado, cargado de un olor a moho y encierro que le picaba la nariz.
Su ropa, sucia y con rasguños, se pegaba a su piel por el sudor frío del miedo.
Un hambre atroz la corroí