Mi cabeza no deja de darle vueltas a todo lo que ha pasado con Haizea. Tengo miedo, demasiado miedo diría yo y es que sé en lo que estamos metidos, o mejor dicho en lo que yo la he metido. Estoy tan perdido en mis pensamientos que apenas me doy cuenta de que ella ha entrado a la cocina.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar descansando —la regaño.
Ella no me hace caso, se para a mi lado y apoya sus manos sobre la encimera mientras que me mira fijamente.
—¿Quiénes eran? —cuestiona firmemente y sé que no se quedara tranquila hasta que le diga la verdad.
—¿Por qué no nos sentamos y te explico todo? —propongo y se cruza de brazos.
Su mirada está llena de rabia y no es para menos, estuvo en riesgo por mi culpa. Quisiera alejarla de todo esto, pero es imposible, no quiero que mi bebé este lejos de mí.
—Explícamelo ahora —exige.
—Ven —insisto y la tomo de la mano para que juntos vayamos a la sala.
Con mucho cuidado hago que venga conmigo y ambos nos sentamos en el sofá. Ella no deja de mirarme co